EL MUNDO de Andalucía

Luis Miguel Fuentes


Multitudes

 

La multitud y su alma de arena, el granulado tibio de la multitud con temblor de hormiguero y pisotones. Uno desconfía de la voz de las multitudes como desconfía, en general, de la unanimidad. La gente es un oso pacífico, pero lo mismo sale un día a acuchillar caballos, a coronar a un héroe, a degollar a un rey, y vuelve para la hora de comer, todo en una punzada que no se sabe quién inició, allá en el estómago del gentío.

El Parque Ferial de Algeciras era un amanecer adunado de gente y contraseñas, almas ondulantes en su sincronía de masa paulatina, bajo la arquitectura rara y como brasileña de la plaza de toros. Señores jubilados sacados de su mus, estudiantes de último de filosofía, ecologistas perdidos en el vuelo de un gorrioncillo y una utopía, muchachas que venían con sus collares de salvar quizá a alguna ballena agonizante, profesores con bigote, profesoras con poncho, niñas guapas de letras, comunistas viejos con un gesto de rojez agraria y callosa, melenas con mucho porro de autobús, señoras que bailaban las consignas como algo de María Jesús y su acordeón, la juventud con su sinceridad verde y biosférica, vecinos todos con el espanto lejano de la radiactividad y su perfume como una flor negra prendida en la mirada. Pero sobre todo estaba allí, sin estar, el Tireless. El Tireless como un obelisco acostado, su presencia de fantasma de hierro, de óvulo de maldad de las profundidades, con su embarazo de muerte y radiaciones, haciendo de farol siniestro para todas aquellas personas. El Tireless o su espectro, que venía desde el perfil de aleta monstruosa del Peñón, navegando entre la multitud como un galeón de aire podrido, terrorífico e intangible como un cañonazo transparente.

Las pancartas, los eslóganes, los corrillos. Hay una bandera pirata que trae alguien. También ondea la cara del Che, la famosa cara del Che encendida de un rojo revolucionario. Sindicatos, facciones. Varias banderas republicanas (todavía quedan republicanos, ay, en esta democracia juancarlista que adora a las infantitas como Vírgenes del Pilar parturientas). Allá, al final, protegida por la policía, está la Falange o algo así, apenas una decena, en formación, como un escuadrón pequeño de buitres que viven todavía de los ojos de sus muertos y de la piedra seca del Valle de los Caídos, los fachas poniéndole una uña funesta a la manifestación, que no quería mirarles.

La multitud no es una, tiene sus multitudes que se miran mal, que están en la manifestación pendiente de su barrio o de Madrid, según, que a lo mejor no les asustan los rayos gamma tanto como el que gobierna a un lado o a otro. “No poneros detrás de otra pancarta”, decían. La propaganda de las siglas hacía contrapeso con la densidad consensuada del submarino. Lo del Tireless ha sido una gran torpeza del gobierno Aznar, pendiente de hacer presencia en Europa, de cogerse una esquinilla del Imperio, y allí delante, en la cabecera de la manifestación, el Tireless era más que nada el bicho feo y oportuno que le da mordiscos a los enemigos políticos con un pequeño susto de radiación, tolerable y amigo, incluso. Chaves quería hacer de la manifestación una gran aureola para su frente, pero detrás le gritaban “Chaves, carota, da la cara en Rota” (hay otro submarino nuclear en Rota que Chaves no quiere ver, que viene traslúcido e inocuo y pasa entre sus despachos como un peatón sigiloso). Se esperaba a Teófila descolgándose en parapente, quizá, pero no llegó, claro. La disciplina de partido la había dejado sola y alta, como un estilita sobre la columna de su propio cuerpo blanco y triste. “Teo, Teo, Teo, ¿dónde estás que no te veo?”, gritaba un megáfono a ritmo de carnaval.

Así iba la manifestación entre carteles de Rigoletto y un público que la miraba como un pasacalle, como una función de la Expo, algo extrañada como en una cosa de Els Joglars cuando te tiran cubos de agua o así. Un poco fría vi a la gente de Algeciras. Al final, desembocando en la Plaza Alta, discursos nulos, volutas retóricas, todos intentando echarse encima el ropón esponjoso y confortable de la manifestación. Pero había mal rollito. La gente del PSOE estaba mosqueada con IU, con los ecologistas. Referencias envenenadas a la OTAN (“OTAN no, teníamos razón”) dividían la plaza a cuchillazos. La mezcla siempre rara de Miguel Ríos y Beethoven disolvió a la gente que pensaba ya en el bocadillo, dejando una tarde de cansancio y tubos desmontados.

Andalucía no quiere el Tireless, se notó. Demasiada gente diferente, enemiga incluso, se revolvió ayer contra la sombra de muerto del submarino. Pero a ver quién ha dicho que los políticos tienen que hacer caso a la gente. La política es, sobre todo, el arte de buscar buenas razones para no hacer caso al pueblo. Aznar no quiere ver el vuelo negro y lento del Tireless, ni tampoco la rodada de color y sinceridad de las multitudes que se echaron a la calle ayer en Algeciras. Velo de hierro y neutrones a través del que sólo ve los ojos de gato de Blair, sonriendo.

 

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