ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Las cuentas

 

Magdalena Álvarez, como algunas señoras con monedero, no sabe exactamente lo que tiene y sólo siente el peso y el volumen de los billones como si los llevara en duros. Ahora que presenta los presupuestos, esa gran repartición inútil porque el dinero termina siempre pasando fluidamente de un cajetín a otro o se inventa más si hace falta, ahora que exhibe porcentajes con moño y crecimientos estratosféricos, la consejera parece que no se sabe o no ha contado bien el PIB andaluz, que debe de ser una cosa que se cuenta poco o con desgana, como los granos. De las estadísticas cocinadas y de los números bailones uno ya no se cree nada. Desconfío de la política que te saca demasiados números en retahíla, como hipnótico, o que te saca uno solo, importante y gordo, con calidad redonda y salvadora de Pantocrátor. El número del político suele ser mentira y salmodia casi siempre, y esto nos cansa como las mañanas lacias de lotería de Navidad. El mismo Zapatero ha ido ganando los últimos debates precisamente alejándose del número y yéndose a la imagen o al sentimiento, o sea acercándose al pueblo que no se acuerda de dividir con decimales como casi nadie.

            Magdalena Álvarez infla el PIB andaluz y nos sigue diciendo que crecemos más que la media española e incluso la europea. Lo que no nos dice es que esto podría ser incluso verdad y significar igualmente poco o nada. Ir rascándole un par de décimas al año a la Europa más mediana sólo nos deja en que nos seguiría faltando un siglo para instalarnos entre los mediocres del continente, lo que no es demasiado esperanzador. Todo se nos explica mediante una ‘convergencia’ como una Asunción, pero aun llegando, el Cielo lento y rubio que se nos promete sería la satisfacción de otra vulgaridad.

Magdalena Álvarez quiere sacar todo lo bueno que nos pasa de sus cuentas pero uno ve que lo que avanza Andalucía es por empuje de fuera o por pequeñas insurrecciones contra ese clima de roncería que nos mece como una barcarola. Basta mirar ese gran desván de funcionarios y esa carraca tardona que es la Administración andaluza, viviendo sólo para aumentarse a sí misma y devorando en su metabolismo basal el bocado más grande del presupuesto, basta esto, digo, para darse cuenta de que a poco que hubiera movimiento, voluntad e inversión, Andalucía podría pasar por encima de las cifras trucadas de Magdalena Álvarez. Pero cuando a la consejera se le ponen por delante estas y otras cosas, en letra o en número, como hizo Ferraro descubriéndole las tramposerías, sólo se le ocurre decir que el hombre “vive de eso”. Sin embargo, los que viven de “eso”, son ellos. O sea, los políticos en general y el socialismo de aquí en particular. Su “eso” que es el  aire, el cuento, la eternidad o la ‘sinergia’ que tanto dice Chaves y que es un vacío en nudo que queda impresionante como un cosa de termodinámica y luego no es más que un madrigal para bobos. Y lo peor, habría que decirle a Magdalena Álvarez, está en los que viven de “eso” y además de “aquello”. Pero ése es otro tema.

            Magdalena Álvarez, enfadona y embarazada de números imaginarios, hace calceta económica y nos presenta su Andalucía en tocho y en carroza. Luego ese tocho, comparado con lo que miden los técnicos que no tienen el pan en la Junta o con lo que se ve en la calle, tomando la estatura de la realidad en un estanco igual que Pessoa, sólo da risa, como la Enciclopedia de aquel otro Álvarez. Son cuentas o guías telefónicas forradas que me parece que sólo se las toma en serio el tío de la carretilla que las lleva.

 

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