ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Anthony Blake

 

Tropecé casualmente con Anthony Blake no hace mucho, este verano, mientras me recorría Andalucía enganchando reportajes. Fue en uno de esos paradores/gasolineras de autopista por donde la gente pasa, come y mea con tristeza y rapidez, temblorosa de efecto Doppler, con el alma en ráfaga como los perseguidos o los carteros. Anthony Blake perdía allí todo su cuidado vampirismo comiendo un bocata de jamón que no le venía levitando ni aparecía en su mano como una paloma de pan, sino que llegaba por el método nada sobrenatural del camarero. Engollipado, humano, hambriento, reflejándose en los espejos como mortal, retirados los poderes y telepatías que le vienen de los focos, quedaba como cualquier viajante de perfumería o feriante de los autos de choque, pues algo así es él, yendo de programa en programa y de autonomía en autonomía vendiendo unos trucos de manotazos al aire, miradas córvidas y voz agrutada.

A Anthony Blake, el truco de acertar el gordo de Navidad le ha quedado muy cutre, con enano incluido, y de esto se ha quejado Antena 3. Lo mismo es que Buruaga, en su santa candidez, se creía que lo iba a adivinar de verdad. Estamos en época de supersticiones y duendes barbudos, donde hasta hay gente que le pide al calvo de la Lotería, que es un actor shakesperiano, que se pase el décimo por el occipucio pelado para darle suerte. El personal se cree que el Espíritu de la Navidad es un señor con patines, que el concejal del pueblo es Baltasar o que de verdad ha nacido un niño dios en Belén o en el barrio con frío y sorpresa, así que por qué no creer que Anthony Blake ve el futuro en los estanques. Es por esto que la gente, después de la “adivinación”, incendiaba los teléfonos de Antena 3 pidiendo al mago que curara a su hijo o encontrara al abuelo que se perdió cuando la guerra.

No hay que culpar a Anthony Blake por ser un ilusionista y no Harry Potter, sino a nuestra cultura eminentemente sobrenatural, alimentada desde la escuela y desde la televisión con toda clase de espiritismos, algunos oficiales y otros menos. En un país donde la bruja Lola saca una biografía, donde viven a cuerpo de rey farsantes como Rappel o Aramis Fuster, donde la videncia parece cierta y decente como tricotar, donde se mantienen programas vergonzosos como ese “Otra dimensión” con presentadora boba y testimonios de zumbados, en este país, digo, Anthony Blake no es más que un actor habilidoso que al menos tiene la dignidad de reconocer que en estas cosas “el público acepta tácitamente el engaño”. Pero se olvida el “mentalista” de que no es así, que el público va buscando los milagros, pues le han dicho que todo eso existe como las hadas y seguramente a la señorita la cortan de verdad por la mitad y se le reúnen luego los miembros mágicamente.

De eso se trata, del pensamiento mágico, de almas viviendo bajo la mesa camilla, de espíritus como serenos de otro mundo, la vieja y mentirosa dualidad de una realidad física y otra sobrenatural, del futuro escrito en peces y cazadores que inventan en las estrellas o en agujeros de otra dimensión, cuando las dimensiones sólo son una abstracción del álgebra vectorial. De todo esto podemos culpar incluso a Platón, o al cristianismo, que acapara los espíritus más famosos. Pero no a Anthony Blake, que hace sus trucos torpes o brillantes como un Juan Tamariz envarado y de luto. Sigue la mente humana fabricando entes invisibles y poderes imaginarios, pues parece que hemos avanzado poco desde la tribu. Del trueno personificado en dios o del muerto que se aparece blanquísimo en sueños ya nos hablaron hace tiempo Tylor, Frazer y otros, pero nadie les hace caso. Anthony Blake hace trucos para niños y la gente se los cree, ya que la humanidad no ha perdido, recordando a Feuerbach, su condición infantil. Así empezaron las religiones y de eso comen todavía popes, locutores y pitonisos.

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