ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Reformas

 

Igual que está la progresía de pasarela, la pana simulada y la izquierda del pelotazo, no podemos dejar de advertir una derecha con todo su románico que aun al actual PP le ve amaneramientos izquierdosos. Ya escuchamos a ideólogos, conversos y columnistas diciendo aquello de la “bajada de pantalones” cuando el Gobierno dio marcha atrás en el decretazo, imagen cuartelera y macho que viene muy bien, por otra parte, entre los que siguen diciendo que los parados son todos unos vagos y unos vivos que no quieren ni el trabajo ni la ducha. Es una dicotomía vieja ésa de la España de los decentes y hacendosos frente a la de los pillos, trileros, buscavidas, remolones y cojos falsos. Es esa idea, no rechazable por reaccionaria sino por mentirosa, de que para hacerse rico o al menos vivir con desahogo sólo hace falta voluntad y levantarse tempranito, y que por tanto el pobre lo es por gusto o por enfermedad moral. Así, no sería de recibo que los honrados contribuyentes estuvieran alimentando jarones, que es, para muchos, de lo que va todo esto del subsidio agrario.

El Gobierno “se bajó los pantalones”, según dicen los sargentones de la ortodoxia derechista, sin que le haya servido de mucho porque ya le quieren montar otra huelga general en el campo con todos los bieldos para arriba. La nueva propuesta no gusta a los sindicatos, que ven en la Renta Activa de Inserción un fijo “graciable” que no se adapta al espíritu de “crédito abierto” del anterior modelo y que les suena a trampa. Más comprensiva se ha mostrado la Junta, que aprecia en los gestos entre tristes y agobiados de Zaplana una salida esperanzadora o al menos un fundamento para la negociación. Pero uno ve en todo esto un fallo principal de concepto o de intención, que no se soluciona inventando otras siglas ni poniendo a los jornaleros a aprender mecanografía. Son parches sobre un comienzo equivocado del Gobierno, que ha sido básicamente ver el campo como una oficina.

El subsidio agrario, tal como era antes de las revisiones paulinas del Ejecutivo, no era mal sistema. Impidió la despoblación de los núcleos rurales y otorgó una dignidad mínima como un panecillo a los trabajadores del campo. Luego, las peonadas falsas, el listo que hacía chapuzas, la señora que no había visto un azadón en la vida o el chavea que estaba barzoneando por las casapuertas y lo cobraban igual, todo eso lo que nos decía era que no había suficientes controles contra el fraude. Pero, como he dicho otras veces, más fraude hay en el IVA y en los grandes negocios, y no por eso quitan los impuestos ni prohíben los bancos como si fueran fumaderos de opio. Con la diferencia moral y numeraria, además, de que el dinero de este subsidio siempre era escaso y la gente, menesterosa. Pero, sobre todo, es que el campo pende cósmicamente de sus propios ciclos y exigencias, y cuando no es temporada de nada, querer convertir al jornalero en ordenanza o en escayolista es ir desmantelando la tierra, que volverá a pedir labor y gente y no van a trabajarlo los albañiles. Era una hábil falacia hablar del contrasentido de contratar mano de obra inmigrante habiendo parados subsidiados, no sin tener en cuenta las condiciones de trabajo, no sin pretender que los jornaleros fueran cíngaros vagando de Chipiona a Almería, de Almería a Huelva, a por la faena que tocara. Sólo hacía falta más control del fraude, e ir tejiendo con tiempo e inversiones una economía alternativa, que nunca sustitutiva, pues no se puede dejar en barbecho y con jaramagos todo el campo andaluz. Pero en vez de esto estamos con la contrarreforma de la reforma de la reforma, que ahora ya va por darles clases de tricotar a los jornaleros, pero que desde luego comenzó queriendo dejarlos en calzones para que a partir de ahí se fueran buscando la vida a empujones de hambre, que eso es el neoliberalismo. Pero lo mismo algunos piensan que se lo merecen, por vagos y por no haber estudiado para perito industrial.

[artículos] [e-mail] [enlaces]