ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Provincianos

 

Para ser un hombre de mundo hay que conocer los cafés de El Cairo, la noche de Panamá y seducir a las mujeres de los embajadores que se desmayan de lujuria en las recepciones, hartas de que las follen con protocolo. Para ser un hombre de mundo hay que entrar en los hoteles de Nairobi como en una segunda casa, hay que hablar de Roma en italiano y recordar todas las óperas del Metropolitan, metiéndose a ser posible con alguna soprano que no llegó bien al fa sobreagudo aquella noche. Hay que tener un velero y una máscara kwakiutl y un baúl lleno de rupias y un pasaporte pasado por todos los desiertos. Hay que parecer un ladrón de joyas o un piloto de aeroplanos o un cazador de elefantes. Para ser un hombre de mundo hay que saber vestir el lino y haber comido carne de serpiente y hacer la ceremonia del té y hablar lo justo el mandarín. Irse a Estados Unidos a ver si uno vende el aceite del pueblo y los chorizos de la matanza es opcional, pero también ayuda.

Chaves se ve muy cosmopolita y por eso llama provincianos a los que han criticado su excursión a USA, que es que hay gente que sólo viaja en Los Amarillos, qué vulgaridad. Provinciano, es decir palurdo, tosco, grosero, rústico. Pero resulta que provinciano es lo que te dicen también los taxistas de Madrid, que son todos de Illescas. Se olvida Chaves de que a las grandes metrópolis las han ido atendiendo de personal las provincias y las estepas, y sólo el provinciano que se quiere convencer de capitalino llama provinciano a otro. Suele ser ésta, pues, palabra de venganza de los cabreros emigrados hacia otro cabrero emigrado más reciente. El verdadero cosmopolita nunca hablaría de provincianos, pues sabe que el mundo es grande y bello en su diferencia y que un aldeano andaluz es tan intrincado, exótico y admirable como un kikuyu. Lo de provinciano, en cambio, lo dicen los cursis y los que se creen que ya son como James Bond por ver nevar sobre el Hudson.

Por un lado, oír a Chaves, que gobierna provincias, utilizar provinciano como un insulto de marqués, nos puede hacer pensar que nos hace de presidente con un poco de desprecio o asquito y que eso de ir manejando una autonomía de palurdos le quita tiempo para el velero, los safaris y la ONU, que es lo suyo. Por otro lado, Chaves, tan dado a hacerse un chal con la blanca y verde, a empujarnos a hablar un andaluz purísimo que no existe, a homenajear al padre de la Patria y otras cosas pequeñas y vistosamente pueblerinas, no cae en que todo eso es incompatible con cualquier elegancia cosmopolita.  Pero se trata de un antiguo complejo del español, que siempre quiere, como Don Quijote, salir de la aldea pensando que solamente fuera puede encontrar gigantes, follones y princesas. Luego descubre que en el ancho mundo se repiten las mismas vulgaridades con distinto idioma y distinta comida, y es cuando llama provincianos a los demás por no asumir la tontería de haber cruzado todo el Atlántico para encontrarse con Sara Baras o con un directivo neoyorquino que en realidad nació en Linares.

Chaves se ha ido a USA, con quince más, a hacer propaganda del aceite de oliva, que debe ser que allí nuestro presidente es muy conocido y los americanos nos lo van a comprar todo como las papas fritas de Antonio Banderas, o como si hubiera ido Almodóvar mezclando el aceite con sus vírgenes y santos, que da como un gazpacho muy typical. Pero seguramente es que somos unos provincianos y no entendemos ese airoso movimiento por todo el mapamundi tan necesario en los grandes hombres y en los grandes negocios. Somos tan provincianos que seguimos pensando que Chaves se ha ido de vacaciones con toda la corte, vacaciones pagadas por nosotros, por supuesto. Total, para que allí sigan friendo con manteca y Chaves se traiga una miniatura de la Estatua de la Libertad, como los horteras.

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