ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Demasiado grave

 

Lo de Rosario Carrero, la sindicalista de Cádiz apaleada por unos matones, se va cayendo ya un poco de los papeles y los informativos, pues ni la novedad más sangrienta nos dura. Rosario salió con su ojo hinchado, sus costillas abiertas, sus múltiples cuchilladas y su voz endeble de dolorida y humillada. Luego la fueron sustituyendo otras desgracias en ráfaga por el planeta y la autonomía, un cometa que se caía de viejo, la última rabia de Bush Jr., los viajes de Chaves, la póliza maciza de Castillejo o simplemente los últimos papeles que sacaba un bedel del cuarto de las escobas del ayuntamiento. Sabemos que esto pasa con todo, como pasará también con la inminente guerra de Irak, en la que nos espantará el primer niño aplastado por una viga (los misiles inteligentes ven a todas las vigas como enemigas, y lo demás es colateral) pero luego, de tanto verlo repetido, ya nos parecerá sólo otra vaca reventada, si es que en Irak quedan vacas.

Cada telediario se nos llena de palizas, unas se confunden con otras y parece que en todos los pueblos de España está el mismo marido con hacha y la mujer que sufre como si eso entrara en un cupo. Pero esta paliza a Rosario Carrero no puede ser olvidada como se olvidan las explosiones de butano y las crecidas de los ríos, tan noticiosas como intercambiables. Lo de Rosario Carrero es de lo más grave que uno recuerda por aquí en mucho tiempo, porque va más allá del dolor concreto de esta mujer golpeada frente a su chimenea: llega a pudrir los fundamentos de nuestra democracia, llega a apestar de mafia el entorno del Ayuntamiento de Cádiz, que queda como el viejo Chicago o como esos reductos vascongados donde manda el miedo como un sheriff malísimo y de negro. Dos cosas le dijeron los matones a Rosario: que eso le pasaba por decir lo que no debía a la prensa y que si se presentaba a las próximas elecciones sindicales, la matarían. Tendremos que preguntarnos cómo es que Cádiz se ha convertido en Medellín y si podemos permitirnos estar pensando en otra cosa, el Carnaval o el frío que nos visita elegantemente, mientras se apostan pistoleros por las oficinas públicas y se quiebran las falanges del que molesta.

A uno le sigue chocando mucho la reacción del Ayuntamiento gaditano, no sólo porque Teófila, fría y desapegada, ni siquiera habló con esta pobre mujer, sino porque pronto se centraron en acusar a Rosario Carrero de meter la mano en unos fondos, de comprarse relojes o de robar folios de los cajones, y llenaron las páginas de los periódicos de extravagantes facturas de bisutería o de tratamientos de calvicie, lo que parece una muestra de solidaridad más bien desganada. Curioso contraataque o escape ante un hecho que supera en mucho a las miserias contables de cualquier consistorio, y que es que una ciudadana ha sido machacada y amenazada de muerte por ejercer unos derechos que creíamos que aquí estaban garantizados. Incomprensible torpeza o desconsideración la del Ayuntamiento, que no es que les acuse de nada pero que deja muy mala sensación, como si en el fondo pensaran que se lo merecía.

Malas relaciones tenía Rosario con el Ayuntamiento, sobre todo con su interventor, pues era molesta y preguntona. Tampoco eran buenas con el resto de los sindicatos, que ya sabemos que tienen también sus tenebrosidades. El antiguo principio qui prodest señala a estos dos ambientes, si se descarta el montaje, que uno no cree probable después de haber hablado con esta mujer moralmente destrozada y físicamente traslúcida. Demasiado graves esta paliza y esta amenaza de muerte, y demasiado poco interés y reacción en los poderes de Cádiz. A Rosario le quemaron las botas y llenaron el suelo de su casa de cristales, para que no pudiera escapar mientras la molían a palos. Pura mafia. Pero en Cádiz todos los sospechosos van ahora con antifaz. A ver quién encuentra a los culpables, y sin estropear la fiesta.

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