ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Los cuatro viejos

 

El informe “La sociedad andaluza 2000”, que se presentó antier en el Parlamento Andaluz, parece que ha sido un gasto innecesario de fotocopistas, porque nos ha sacado la Andalucía de siempre que ya nos cuenta mejor la portera, sin molestar a los sabios. Por muchas modernizaciones que quieran sacarnos ahora, que de momento sólo llegan a pasear diaporamas en un autobús que es igual que el de repartir condones, Andalucía es una eternidad que atraviesa los siglos como un carretón, y que no cambia ni con el milenio que ha puesto al planeta boca abajo y lo ha atravesado de globalizaciones y rayos láser.

Este informe ya nos lo conocíamos. Por ejemplo, eso de que los males “endémicos” o “seculares” de la región han cristalizado en el alma bandolera de nuestra sociedad llenándola de curiosas paradojas que van más allá de cruzar el Ave con el Gan Poder. El informe cita la paradoja de la satisfacción (“la lógica satisfacción con los cambios recientes bloquea la reflexión crítica sobre los problemas pendientes”) o la paradoja de la capacidad social (“la gran capacidad para las acciones colectivas de carácter religioso o festivo, un capital social que no tiene reflejo en el desarrollo de Andalucía y que incluso puede ser disfuncional para este proceso”). ¿Y qué me dicen de la novedosa conclusión sobre la esclerosis que suponen los “fenómenos localistas”?. Todo esto ya lo sabíamos como el cuento de la buena pipa, y nos lo repite cada día Canal Sur, que es el mejor informe sobre la sociedad andaluza que se puede uno encontrar, sobre todo si salen Las Carlotas.

También sabíamos la razón, y es que Andalucía se alimenta de sus vejeces, morerías, cristos y peñistas, que no necesitan la modernidad ni el cambio para nada. Más que ordenadores, uno piensa que Andalucía necesita una auténtica revolución cultural, y, ya que Andalucía tiene mucho de arrozal, incluso podríamos resucitar a los perversos “cuatro viejos” del viejo Mao: los viejos hábitos, las viejas costumbres, la vieja cultura, las viejas maneras de pensar. Lo que pasa es que la revolución cultural suele venir con una revolución de hambre primero, pero aquí hemos hecho hasta del hambre una gracia y una virtud, con lo que se nos fastidia la percha.

Los cuatro viejos de Mao los mantenemos aquí con mucha satisfacción, altos y flamencos como un giraldillo. Es esa complacencia en la tradición, en la plazoleta, en la liturgia, en “lo mejón der mundo”, en la tierra de María Santísima, en los toreros machos y en las morenas con crucifijo y clavel en la liga; es esa melancolía como irlandesa de pueblo pateado y pobre, con el orgullo concentrado en sus repeticiones, sus cánticos y sus dioses con yelmo, esa antigüedad wagneriana del Volksgeist de Herder, mediterraneizada de vino; es eso que hace que en Andalucía hasta las grandes ciudades sean aldeas grandotas con cura y boticario (Sevilla la primera); es lo que nos hace aspirar a ser hermano mayor de esto o pregonero de lo otro, y que todo lo demás quede bárbaro, afrancesado y sedicioso.

Así, dando vueltas al barrio, no tenemos tiempo para otra cosa, sobre todo para un ejercicio intelectual profundo que nos saque de la caverna y de una eternidad de pastores. Pero todo lo que se les ocurre a nuestros gobernantes autonómicos es iluminarnos de enchufes, internetes y computadoras que la gente confunde con sandwicheras, y que si acaso sirven para que las hermandades rocieras cuelguen su web y se hagan de repente vanguardistas. Algo bastante más profundo hace falta, empezando por la educación y por dejar de dar dinero público a los palmeros de la cosa. Mientras, todos los informes que se hagan en Andalucía no harán sino retratarnos a nuestros cuatro viejos de siempre, que son algo así como Triana Pura haciendo de jinetes del Apocalipsis.

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