ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Quizá sólo hoy

 

En Andalucía estamos fusilando a los cristos y en Cuba están fusilando a los delincuentes comunes. Cada cultura tiene sus celebraciones gloriosas de la muerte: aquí, con nuestro barroquismo de candelabros de sangre y esquinas de vieja, se mata a los dioses por compasión y belleza; allí, con un gobierno falso del pueblo que consiste en un silencio de calor, de montar en bicicleta y de estar las chicas morenas sin bragas, se mata refrescantemente al disidente como abrir una fruta. Toda esta muerte en su temporada se nos refleja aquí, en Andalucía, que se comunica con los cielos callejeros de las vírgenes apuñaladas y se comunica también con la sangre abaratada de La Habana por la vocación internacionalista que van tomando las autonomías, que ya hacen política exterior sin complejos. Castro aparece con su barba de comendador desarreglado y de carnicero puerco por nuestros debates locales, Chaves ejerce de jefe de Estado, Andalucía sale a los océanos para redimir o juzgar a los pueblos tropicales. Creía uno que la autonomía era otra cosa, pero cada vez se convence más de que es básicamente multiplicar por dos los oficinistas, los ornamentos y también los embajadores. Ahora que se transfieren por fin las políticas activas de empleo, resulta que las devotas colas del Inem serán dobles, igual que las ventanillas y los responsables, sin que esté uno muy seguro de que eso nos quite algún un parado. No sabe uno si el que Chaves ayude o desayude directamente a Castro, o que ayude o desayude directamente a los parados, nos está diciendo que la autonomía se engrandece o sólo aumenta la sensación de bizquera y redundancia.

Doloroso escepticismo éste que siento, al ver a la autonomía que se despliega internacionalmente y se dobla en funcionarios, que toma sus competencias retenidas tardonamente por el Gobierno central y aun así me vence la desconfianza. Será seguramente por la experiencia de que todo lo tocado por la Junta se enlentece, se afloja y se amasa en un bulto en el que sólo se distinguen los eslóganes. La autonomía fue un día esa idea materna, azucarada y algo febril por la que se luchó con ingenuidad y pobreza. Hubo un tiempo de esperanzas y banderas verdes como prados reconquistados, una dignidad que se volvía a poner en pie, sobre los hombros de un pueblo harto de golpes y desprecios. Pero nos han ido decepcionando, de tanto vividor de la cosa, de tantos salvadores como tomboleros, de tanta complacencia en vernos guitarristas y simpáticos.

Por todo esto y algo más, una mañana como hoy, que huele a naranja de cera y a eternidad de campanarios, uno se mosquea y se harta de que la cosa autonómica se pierda en Madrid, en Irak o en Cuba, que sean las lejanas injusticias, las mezquinas venganzas de partido, las guerras de continentes ricos o pobres y los elefantes de oro de los tiranos lo que llenen los debates autonómicos. Hoy, que no llueve para los pájaros ni para los ángeles, quizá sea sólo hoy, pero no quiero oír hablar a nuestros políticos de buenos y malos, de insultos rebotados, del genocida Sadam caminando decapitado, de Bush vaquero y paulino, del despreciable Castro que sólo gobierna hambre, presos y desfiles escolares, del Congo donde todos los cadáveres desconocían ser ejemplos de una reyerta de señoritos, de esas condenas como falsas caridades. Hoy, lo que quisiera ver en Andalucía y en su gobierno con tanta nueva transferencia y geoestrategia es que hay movimiento, realidad de pan para la gente, avance en los números de este sur que anda siempre como en medio de una pausa larguísima, ciego en la contemplación de sus atardeceres como collares y del hijo ensangrentado de un Dios que no atiende al sufrimiento. Quizá sólo hoy. Luego, mañana, ya veremos.

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