Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

14 de agosto de 2003

Fracaso

Julián Muñoz llegó con la Pantoja como si llegara con Cleopatra, pero los palacios en Marbella son corralas y sus princesas vendedoras de Avón. Muñoz fumó, suspiró, mordió el micrófono mientras hablaba de traiciones, gitanerías, hijos que le robó la luna. La ya alcaldesa, Marisol Yagüe, que no sabe leer, volvió a aquello de la joya del Mediterráneo, el florido pensil, los mitos babilónicos del primer gilismo. Isabel García Marcos sacó mucho a la Democracia, que es la puta de todos, cuando de lo que se trataba era de repartirse las tenedurías y de devolver Marbella a los que pasan el dinero por debajo de la mesa, que ya estaban nerviosos y criando cocodrilos en las piscinas. En la tele, Jesús Gil decía que lo que hacía falta era consolidar siete u ocho grandes obras y que hay que preguntar a los taxistas. Todo terminó como estaba previsto, con una alcaldesa con cacerola y con la gente llamando guapo a Muñoz igual que si fuera la Virgen del Rocío. Todo terminó, y ha sido un movimiento numeroso de viejos amantes en la misma cama, con mucha costumbre de traspasase los cuernos y de compartir el bidé. Al salir del salón de plenos, cada cual buscaba sus bragas. A esto habrá quien lo llame política o romancero. Yo lo llamo fracaso.

Las mociones de censura son legales aunque dejen en los consistorios un ambiente de malcasados, los tránsfugas existen y nos habitan igual que los súcubos, y en España todos los secretarios municipales guardan miserias en sus silencios, como el mayordomo de un pervertido. Pero en Marbella, la cuestión no es si el espíritu del pueblo se estiliza o se corrompe luego con los pactos por tablaos y moteles, o si a los tránsfugas hay que colgarlos del palo mayor o tatuarles una flor de lis en el hombro. Marbella es la Isla de la Tortuga y ahí ha estado el fracaso, bastante antes de que vinieran los amores bandoleros de Muñoz, la conversión paulina de García Marcos, la traición con abanicos afilados y micrófonos con cicuta. En cualquier otro lugar, una moción de censura hace su remolino en la metafísica de la Democracia, pues están los votos ciegos del electorado como débiles trinidades de papel de las que apropiarse y que recalcular. En Marbella, sin embargo, una moción de censura no puede ser más que un recolocarse estruendoso de sus columnas que son siempre las mismas. El fracaso ha sido que en Marbella todo esto sólo cambia los retratos y las cortinas, ya que no hay sino un relevo crujiente de sinvergüenzas por los pasillos.

Haber consentido que un municipio se gobierne desde la mesa de blackjack, que los comisionistas formen gremio y sean respetables como sastres, que haya abrevaderos de ladrones en cada balneario, que luzca la mierda igual que el oro, ése ha sido el fracaso, y no este tumulto de rocieras y ropavejeros que hemos visto. Hubo a quien le interesó mucho el GIL, que era como si viniera Paco Martínez Soria a gobernar, a distraer y a comerle votos a la derecha más morcillera. A Gil le han visitado los indultos casi tanto como los fontaneros de la ingeniería financiera. Ha sido el gran fracaso, consentir a estos piratas y contarnos su corrupción como el robo simpático de los jamones en Morena clara. Si cada uno de estos apañadores, buscones y mangantes viera la amenaza de la trena y del enculamiento si lo pillan, a lo mejor no se reirían tanto como se reían ayer algunos. Eso sí sería una noticia, y no la cara de espárrago que se le quedó a Julián Muñoz en el pleno, pensando quizá si a su amada le servirá igual en la alcoba un pobre.

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