Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

18 de septiembre de 2003

Socialistas viejos

De la pelea contra el SEU hasta la España de los mastines y los pelotazos; de la clandestinidad por los bajos de droguerías o cafés hasta el Mystère para el menda; de aquel país con chotis de curas, legionarios y tamborileros hasta el de los cuñados, los cafelitos, los maletines. Por ahí nos fueron conduciendo ellos, príncipes de los descamisados con la flor roja en la boca, con una pana rozada por el monte, con unos pelos de guitarrista, obreraje de pasantes, maestritos, cantautores, vírgenes proletarias con la braga de bandera. Todos los que iban a redimir a los pobres de alpargata pero luego atenderían primero al hambre del banquero, a los crupieres de la bolsa, al tiburón de cuello duro. No hicieron sino cambiar la oligarquía que había dejado el franquismo por la suya propia, izquierda vuelta del revés, socialismo de nuevos ricos, señoritos que levantaban el puño.

Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, socialistas viejos como caballos, que han ido viviendo y todavía viven de ser bandoleros sin serlo y de aquella tortilla de Suresnes como una hostia, de cuando el país crujía de hogueras y crepúsculos, cuando a las universitarias se las desfloraba hablándoles de revoluciones, cuando estaba la derecha gorda, vaticana, arcabucera de imperios, y poco más que ellos enfrente, desnudos con un jersey de cuello de cisne, las gafas de carey y un librito sedicioso y como maoísta, con una armada de mineros y soldadores detrás, pueblo puro, desangrado, revolcado por las guerras, la historia y las comisarías. Todo aquello que existió ya no es así, pero están los socialistas viejos, que ya no son socialistas sino todo lo contrario, hablando como entonces, de ellos y los otros, de los “compañeros” a un lado y la derechona al otro, la derechona que existe igualmente pero que son también un poco ellos mismos, pues ya se encargó Solchaga de que éste fuera el país donde más rápido se podía hacer uno rico, arrimándose al PSOE por supuesto.

Chocheras, batallitas, sacar de vez en cuando el cadáver de monjita de Franco o lo de las dos Españas, que es socorrido como un chiste verde. A eso vuelven los viejos socialistas porque Aznar, esa ursulina, lo pone fácil. Ahí tenemos a Alfonso Guerra que salió a hacer sus gracias de barbero y ahora parece que será número uno por Sevilla, pues Felipe González ya está a lo que le salga en la petanca o en unos negocios como argentinos y no quiere volver al Congreso, donde no iba pero estaba siempre aun con calidad de ausente, como están los fantasmas o las suegras. Alfonso Guerra volviendo a hablar de lo suyo, chusco, mamarrachón, nos vino a enseñar lo que son hoy, todavía, los viejos socialistas. Él, González, Chaves, compañeros de aquellos principios bosquimanos que tuvieron, que siguen con su mitología obrera que es ya sólo un casticismo, cuando han sido los padrinos de tanto rico, tanto listo, tanto trepa; ellos, que consiguieron que al PSOE se le fueran cayendo las siglas como uñas hasta que sólo les ha quedado la P del Partido, olla común para tamayos y otros zangolotinos. Zapatero morirá borrellizado, seguramente. Nunca podrá con los socialistas viejos. Los volveremos a ver, en la larga campaña que nos espera, con sus idilios proletarios, con su panteísmo de malcomidos. Pero ellos, tan falsos, tan gordos, nunca volverán a ser la izquierda.

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