Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

9 de octubre de 2003

Compromiso

En Jerez, en la Fundación Caballero Bonald, escritores, pensadores y politicones hablan de la literatura o de sí mismos, que eso nunca se sabe. Literatura y compromiso, el arte social y todo eso tan viejo y tan soviético, que es como estar siempre hablando de si las catedrales gustaban más a Dios o a las lagartijas. El asunto se resume en que hay arte con o sin compromiso y hay un compromiso sin arte que es el más feo y abundante y da hasta tertulianos de Canal Sur. Uno pasa un poco de esos debates franciscanos porque no le parece que una obra literaria haya que cubicarla multiplicando su arte por su carga social, que así lo que sale es una citara. Otra cosa es que el escritor está en el mundo con el catalejo de su lenguaje y su introspección, y ese mundo que ve abombado desde su literatura no tiene más remedio que salirle en lo que escribe. No critico yo al escritor comprometido, sino lo malo que puede traer ese concepto del arte pragmático: los intelectuales orgánicos, los adscritos, más la perversión de que la crítica social se convierta en medida del arte aun sin llegar muchas veces a ser arte. El compromiso no es condición necesaria ni suficiente para el arte, aunque puede ser un bello añadido, como un merengue que trae a veces.

Algunos piensan que el arte es el último vértigo que nos queda de la religión, la sensación de temor y grandeza que había ante el Dios que ya perdimos. Duchamp se rió del arte y con eso hizo precisamente arte. Heidegger decía que el arte ya no es más que una palabra a la que no corresponde nada real, o sea, una entelequia por la que el artista es el origen de la obra y la obra el origen del artista, como besándose en sus esencias. A mí me parece que eso se relaciona directamente con el concepto de “arte artístico” de Ortega: arte únicamente para artistas, la circularidad. La crisis del arte contemporáneo se explica con todo esto. A uno le gustaría decir que el arte es una intuición estética pero más bien diría que el arte es lo que se vende o se compra como tal, y aquí la literatura del compromiso da cuentos de violaciones, libros para el metro y hasta algún pregonero. Es lo de siempre, el arte con sus dueños y sus servicios, ayudando a revoluciones, dioses, quimeras y patrias. Claro que esto nos puede traer a Shostakovich o nos puede traer a Távora. Távora, que presenta ahora nuevo espectáculo o pastiche, es ese paradigma de “artista” protegido institucionalmente porque trae la patria a caballo, gitanas violadas por gallos y cornetas, Cristos toreros, sangre con rosarios, puñales con labios, naipes en la vagina y otras cosas que se suponen andaluzas, de un andalucismo entre trianero y cretomicénico que gusta mucho a algunas oficialidades. Aquí, el “compromiso” de Távora lo es con una esencia cultural falsa, vulgar, catetizada y abaniquera. Otras veces, el “compromiso” lo que nos da son profesionales de los mítines, escritores de pancarta, conferenciantes a tiempo completo.

Ars gratia artis, habría que decir. El arte debe medirse desnudo como el amor, y luego el escritor, el artista, podrá cañonear la sociedad con su pensamiento y abrirse el pecho ante el mundo, el pecho de donde le salgan manzanas o dragones. Lo que me irrita del “compromiso” en el arte es la caterva de inartistas que se meten por ahí, eligiendo el costado más fácil, como hacen la espada y el veneno. Hay escritores comprometidos, viviendo su siglo o su guerra; hay comprometidos arrimados, mediocres y vendepeines. El arte distinguirá a los suyos, como Dios distingue a sus muertos.

[artículos] [e-mail]