Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

16 de octubre de 2003

Los vecinos

El vecino, desde el continente de las moscas, nos manda el pie de un ahogado, sus embarazadas sin fuerzas y sin leche, la droga dentro de un alfanje, una agricultura hecha con las manos sucias. Luego se les gira la visita ceremoniosa, obispal, de los políticos que bajan a los palacios de arena y mierda, de lujo y fruta, de donde dicen que se puede sacar comercio y hasta amistad entre los pueblos u otras mentiras convenientes. El otro vecino, el socio de las guerras universales, que tiene en nuestra playa su castillo, sus bucaneros con paraguas, sus bancos en el aire, nos manda una lancha de contrabando, un petrolero reventado, un submarino que mata de silencio y afiladura como algunas mujeres. Luego, se les acompaña en las cruzadas de Occidente, a glorificarse de muertos y perros por los pedregales sagrados de Irak, o a degollar tibios y traidores en la ONU. Así son las cosas entre vecinos, contradicción, hipocresía y saludos de asco o conveniencia, todo para que no se caigan las paredes comunes.

Dicen que fue por el Perejil, esa pequeña guerra contra cabras, que España se terminó metiendo en la mentira de Irak. USA siempre pondría por delante a Marruecos antes que a España, porque Maruecos es el capuchón en África que frena al integrismo, porque está tapando todo un océano y toda una posibilidad a Argelia y a otras antropofagias de la zona. Sin el bufoneo de Aznar con Bush, que ahora le reporta premios como estadista o una calle por Wisconsin, quizá lo próximo hubiera sido Ceuta y Melilla o todo Al-Andalus. Es este complicado monopoli de odios y préstamos lo que importa, y menos las lunas con pateras, la droga como su pan, su teocracia con tigres o los tomates baratos y puercos que nos puedan meter, justo cuando aquí la UE está exigiendo que nuestra agricultura sea limpísima, biológica y dé las lechugas consagradas. Chaves podrá hacer una embajada suave en Marruecos y a la vez comandar movilizaciones contra su tomate porque una vez que se entra en el terreno de la diplomacia hablar de coherencia es como hablar del virgo legionario de Mesalina.

Por esto mismo, y para que los hemisferios no se deslicen y cada uno mantenga el tapiz con su imperio intacto, no se encuentra solución para Gibraltar. Lo de Gibraltar no es que sea una cuestión de soberanía, de reconquista o de encabronamiento por una novia que nos robaron. Ya es más el desconcierto de una encaramada de piedra donde mueren las leyes y queda únicamente un como código salvaje hecho por capitanes piratas, traficantes de dinero, lanzadores de cuchillos y vendedores de rubíes. Nos colocan en la puerta toda una ferralla de mierda, radiación, fuel y billetes negros sin que podamos hacer nada. Habría que meter a la Roca en la civilización de la UE y que dejara de ser una balsa de galeotes, pero eso sería como quitarle las bragas a su Graciosa Majestad. El statu quo, que se lo recomendaron decir a Ana Palacio porque suena como las divinas palabras de Valle, hace de Gibraltar unas Islas Caimanes aparcadas o un Mónaco sin carreras ni principitos, y eso es mucha ventaja para soltar así como así. Ni Aznar, amiguísimo de Blair y como él triunviro en la salvación planetaria, ni Rajoy o el que venga, van a empezar a exigir cambios que moverían todas las lanzas y alcobas del planeta y, lo peor, harían que les retiraran las medallas y los doctorados honoris causa. Estamos condenados a soportar a estos vecinos. Lo que no nos van a quitar va a ser la satisfacción de decirles a los políticos que se les ven todas las trampas y cada hipocresía como un moquito.

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