Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

7 de noviembre de 2003

Pacifistas a la cárcel

Ahora que los buitres se meriendan los estómagos de los continentes, ahora que nos gobiernan los tontos de la clase, ahora que la gente es feliz porque los diamantes son para otros, para princesitas y cisnes, ahora que no se puede sino enfermar de realidad, ser pacifista sólo es una manera como cualquier otra de negar lo existente y admitirse necio, loco o cansado. El pacifismo hoy en día sólo puede ser locura o negocio. Cuando las armas son el pistón del mundo, la verga de las grandes economías, sólo los locos pueden ponerse delante, desnudos o con una bandera, a combatir obuses con pétalos y fuego con violines. Los locos o los que viven de eso, como Greenpeace, que ya es una multinacional de la cosa. El pacifismo es una acracia de chicos de pasta flora que como tal sólo puede existir en los sueños y en el camping, o bien un negocio con pingüinos de oro y mucha gente retirada en veleros. Querer que las pistolas sean de caramelo es hermoso como lo imposible. Y cuando se actúa como si lo imposible ya fuera cierto, puede ocurrir lo que ocurrió durante el nazismo, cuando el pacifismo se hizo colaboracionista por no empuñar el hierro.

Ese pacifismo de coronar de rosas a los generales y dibujar besos en los cañones puede ser ingenuidad, pero lo que no puede ser nunca es crimen. Aznar, que como otros bajitos necesitaba una guerra para ser alguien, gustó mucho en su día de tachar de criminales, puercos o radicales a los que no hacían más que sacar un tamboril contra la muerte, que puede ser infantil pero es inofensivo. Aznar ha tomado un par de leitmotivs bastante tontos últimamente, y éste de la radicalidad es uno de ellos. Sin embargo, sólo yendo a la raíz (eso significa radical) esta democracia podrida se podrá arreglar un día. Ser radical debería ser, en esta partitocracia llevada por comisionistas y sacamantecas, una obligación moral del ciudadano. Pero Aznar criminalizaba a los pacifistas y a los tocadores de quena porque era su táctica y su propaganda. Otra cosa es que a los pacifistas que protestaron en marzo frente a la base de Rota les quieran meter ahora tres o cuatro años de cárcel, que es como querer meter en el trullo a una troupe de mimos y vendedores de globos.

La Justicia es lenta, rubriquista y a veces escandalosa. No olvidemos que la Justicia sólo aplica las leyes, y las leyes las hacen los partidos, y los partidos buscan lo que buscan. Aparte, claro, de que ya no hay separación de poderes. Están santificadas (lo hicieron los socialistas) las cuotas de los partidos en los altos tribunales y en los órganos de gobierno de los jueces –de eso y no otra cosa trata el famoso “pacto por la justicia”— acogotando a Montesquieu por conseguirse impunidad. Aquí, con nuestras curiosas leyes, se pueden robar millones gatuna y simpáticamente, con soltura e ingeniería financiera, y no pasa nada o casi nada, pero te puedes buscar la ruina por arrancar una mata de poleo. Hay uno en mi pueblo que estuvo acusado de sedición por tirar una tapia que puso el ayuntamiento para cerrar una calle. La Justicia es recta hasta en sus desigualdades, y unos soñadores o funcionarios del pacifismo, que eso no importa, pueden ir a la trena acusados de desplegar banderas o tirar confeti o enseñar el culo o dar la lata, que no otra cosa. Ya ven, los pacifistas a la cárcel. Y los chorizos y corruptos que todos conocemos, ¿qué? Esos, igual acaban en las bodas de postín.

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