ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Fantasmas

 

Hay fantasmas en el Parlamento, los ven los ujieres descolgarse de las techumbres como ahorcados lentos y transparentes, los ven mover las cortinas con un soplido helado y una mano blanquísima que no se ve, los ven ponerle a un candelabro o a un espejo un brillo espantoso de ojo de otro mundo. Se abren las paredes del Hospital de las Cinco Llagas y aparecen puertas como tumbas, un armario con un muerto como un ascensorista. Hay por los pasillos una muchedumbre cadáver de espectros sin cabeza o con la cabeza en la mano, una luz negra de fermentos en el rostro, la boca abierta como una cuchillada de la que salen babas o cucarachas. Están ahí, lo dice todo el mundo, una anochecida de fantasmas amarillos y fétidos, con un brazo que se cae y un estertor de palabras suspiradas, bisbiseo de almas martirizadas por un peso de eternidad, culpa y trasluz. El Parlamento ha afilado su perfil de castillo rumano, sobre las arañas de cristal se posan las alas membranosas del horror y caen hilillos de sangre negra de las cúpulas, manchando las alfombras y las corbatas. Fantasmas, una colmena de fantasmas, un útero negro que pare un fantasma joven y hambriento cada noche, eso es lo que tenemos en el Parlamento.

Dell’Olmo, fantasma maquillado de vivo que hizo su rueda de prensa con las tripas en la mano, salió contando lo que supuestamente había callado, que resultó lo contrario de lo que contó en otras ocasiones. Señaló a otros fantasmas o zombis, que hay muchos por lo visto, que varios han comido ya del encéfalo de alguien aunque eso no se note. Este fantasma oyó lo que nadie oyó y vio lo que nadie vio, porque sólo los fantasmas perciben ese envés secreto del mundo donde hablan las almas con su voz pequeña y líquida, inaudible para los micrófonos y los mortales. Dell’Olmo no es que venga tarde a decir las cosas, sino que el tiempo de los fantasmas no obedece a nuestras reglas, y en los limbos y en los otros planos de existencia, las horas se acodan o se desvanecen, viene un día a anudarse con el anterior o con el siguiente, así, caprichosamente, para nuestro desconcierto. El PP, que muy científicamente no cree en fantasmas, nos dice sin embargo que al presunto ectoplasma Dell’Olmo se le ven las poleas en las articulaciones, que viene del más allá del despacho de al lado siguiendo la agenda, que es un fantasma de cacharrería consentido por el sórdido Ortega y fabricado por el caballuno Caballos para tapar las torpezas del principio y seguir la cacería contra Matías Conde.

En este aleteo de fantasmas y vampiros, la realidad se ha torcido tanto que queda solamente, como un ojo abierto, la evidencia de la mala fe del PSOE y su estrategia de aparecidos, apuñaladores, marionetas, chivatos, susurradores, hacedores de mentira y enterradores del muerto. Ahora PSOE y PA quieren dar por zanjado el asunto, Torres Vela no quiere ser el inquisidor y sólo esperan enterrar a todos los espectros por apartar de la vista ese horror como de vacas podridas. Pero la mancha en el Parlamento, el hedor del empalado que le cuelga en la fachada, no se va tan fácilmente. No se puede dar carpetazo, y no basta con el parche infantil de una declaración institucional. Nuestro Parlamento no puede quedar como castillo de Drácula, como mazmorra que no hace leyes sino que taladra cráneos y quiebra tendones. Hay que saber si Dell’Olmo ha recibido presiones, y si miente o no. Y hay que darles su merecido a los fantasmas, a los mentirosos y a los vampiros. Si no, a ver quién podrá reprimir a partir de ahora, al pasar delante del Parlamento Andaluz, un escalofrío de cementerio o de basurero. Urge un exorcismo, un auto de fe, algo, porque en la abadía del Parlamento ha aparecido el Diablo con varias lenguas y varias manos y va devorando el alma virgen de la democracia emboscado detrás de una columna.

 

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