Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

24 de diciembre de 2003

Feliz Navidad

La Navidad no es cristiana ni es de El Corte Inglés. También el Bhâgavata‑Pûrana cuenta que una luz en el cielo anunció el nacimiento de Krisna; también en Persia se ofrecía oro, incienso y mirra a Ahura-Mazda, dios solar igual que Osiris, Mitra o el mismo Jesús, evidenciados en el cielo, vivificadores de la tierra, vencedores en el Infierno que es sólo la noche de los cazadores. No es la Navidad de la Coca Cola ni es de Fra Angelico, sino del cereal y de los planetas que vuelven a su sitio, cuando Sirio señalaba el nacimiento de Osiris, cuando crecían el día o el Nilo, cuando “el joven Sol sonríe en su cuna". La Navidad es paleolítica, agraria, astrólatra y paridora. Celebramos, como pastores y labriegos que somos culturalmente, que se endereza la brújula que es la Tierra, que el sol vuelve a subir en el horizonte, que no se han roto por allí arriba los delicados círculos que nos mantienen vivos y calientes, que de nuevo gana la luz a la oscuridad, que es donde nacieron todos los mitos.

El hombre ha evolucionado hacia la máquina rapidísima o pequeñísima, hacia la ciencia a la que cada vez los misterios le quedan más afiligranados, lejanos y espumosos, allí por donde hierven los átomos o los principios arrugados del Universo. Sin embargo, nuestra mente y nuestra costumbre aún siguen trabajando con las imágenes que nos dejaron las cavernas, las cosechas y los partos, ese miedo primigenio de mirar hacia arriba o hacia uno mismo y ver una Naturaleza monstruosa e incomprensible. El mito no es más que una explicación hecha sin medios, poemizada y repetida por sus sacerdotes. El hombre tecnificado de la actualidad sigue siendo un salvaje bien vestido al que no dejan de contarle, y él no deja de creerse, que los dioses mueven carromatos por los cielos. La mentira suele ser más bella que la realidad porque el hombre es creador sobre todo para engañarse. Los mitos de los cielos, los mitos de la sangre, los mitos del terruño, nos han dejado la religión y la política, dos formas sublimadas de mentira. En las dos hay ya más repetición que misterio. En las dos hay ya más literatura que rayos.

Al niño Dios lo hicieron nacer falsamente con el sol para quedar bien con la mitología única del mundo y con la historia del hombre, que es siempre la historia de la ignorancia aunque mudemos trapos y artilugios. De Dagón a los Jesusitos luminiscentes de estos días, poco ha cambiado. Se ha conservado el mismo incienso y hasta el gorro con forma de cabeza de pez con la que los sacerdotes babilonios se cubrían la cabeza, que ahora visten los obispos y el Papa. Seguimos en el mismo círculo, sin saberlo siquiera, llamando Jesús al Sol y centros comerciales a los templos, o incluso al revés. Una vez se quiso que la episteme, el logos, vencieran al mythos, pero era el sueño de unos locos. El hombre ama sus invenciones, sus artificios, que son sus hijos o animalillos eternos y ternuribles. La Navidad no es cristiana ni de El Corte Inglés, sino de ese cerebro mágico que nos perdura. Enciendan velas, recen, malgasten, celebren los ciclos de la vida como lo hicieron nuestros antepasados. Hace frío ahora para cambiar de mitos. Pero recuerden lo que somos, véanse cazando con flechas las constelaciones, hoy, cuando cenen y escuchen villancicos, con todas nuestras tribus cantando al astro que nos da todo, como debió de ser siempre. Feliz Navidad.

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