Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

15 de enero de 2004

Posibilismo hoy

El posibilismo era hacer un artículo sobre un estanco, como aquello de Pessoa, y era tragarse el aceite de ricino y era no moverse demasiado cuando se pasaba delante de las lanzas. El exilio llenaba Buenos Aires, París o Roma de rojos poemizados, con esa literatura que tienen sin más los que se fugan, y en la España franquista quedaban los glosadores del Movimiento escribiendo su tauromaquia y su gloria salvífica, los derrotados escondidos en los lavaderos y, claro, los posibilistas, que hacían un sobrevivir silbando y sin rozarse mucho. Hay quien dice que el posibilismo fue otro exilio interior que era peor porque había que ir respirando entre los propios excrementos y tibiezas. Hay otros que dicen que fue un grado elegante de la cobardía, porque en una dictadura o se juega uno el culo del todo por la libertad o se está abanicando a los tiranos. Era la cárcel o el disimulo, un exilio de bardos o comprar el pan todos los días entre halcones. El posibilismo de entonces, como cordura o como flojera, no vamos a discutirlo ahora, cuando la dictadura queda lejana como los Austrias o como Marisol. Pero sigue existiendo otro posibilismo como una de las muchas actitudes que ha dado nuestra democracia imperfectísima, hecha por trileros y vendepeines.

Ante la política están el profesional, el militante, el que se arrima, el convencido, el ateo de la partitocracia, el nihilista que sólo quiere disolverse en humo y en tristeza, el esperanzado, el utópico, el pirómano, el cínico, el desencantado, el pasota y también el posibilista, que es el que irá a votar con un poco de asco, sin saber si la papeleta se convertirá en araña o en flor, pero con conciencia de que no se puede hacer otra cosa. Son almas contrarias a las revoluciones y a esas teorías veterotestamentarias de bombardear antes todo lo podrido para que pueda volver a salir el sol. Son gente que piensa que quedarse en casa sólo enormiza más la inercia del Sistema, ese gran juggernaut, sin caer en que votar sirve para lo mismo, porque el círculo está pensado para eso. Y así, aunque en la mano le quede la misma baraja de tramposos, posará su voto como abriendo un ala o vaciándose el único bolsillo que tiene.

El posibilista irá a votar igual que a cantar su serenata de solitario y de romántico. Queda eso o el suicidio ciudadano de quedarse a conversar con el perro y con las pantuflas. Pero la política actual es una subasta, sin distinción de siglas. Que este periódico pueda sacar nada menos que cien propuestas para la regeneración democrática, tan palmarias como inconvenientes la mayoría de las veces para la casta política, nos demuestra cuán lejos estamos de un sistema medianamente justo o simplemente decente. La campaña que nos queda será otro rondó de promesas y baratijas ante los palafitos del pueblo, con los fontaneros del poder pensando secretamente en sus cosas: el ópalo de intereses que hay que mantener, el dinero de los padrinos, la aristocracia de sus mediocres... Aquí en Andalucía, me imagino a los posibilistas sopesando un gobierno viejo, orondo y estéril frente a los señoritos de la guerra y de las mentiras para tontos que cogen a todo el globo terráqueo; eligiendo entre el despiece de España y las tesituras monjiles de la derecha. Ahora ni siquiera queda la alternativa de huir lejos, a pecar en Montmartre o a languidecer de morriña allá en el Plata. El posibilismo, hoy, viene a ser tragarse el mismo purgante de antes, con la política más gritona y las calles más pintadas.

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