Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  1 de julio de 2004

Sáhara

En un verano que cuece a los galápagos y a los viejos, en que el monopolio eléctrico finge no saber que nadie queda detrás de él para girar las grandes aspas de la civilización, la vida vuelve a su condición fetal. Hay que dormir o flotar y todo lo demás, que siga funcionando el país, que no caigan los aviones, que no se sequen las oficinas ni se derritan las radiografías parece un trabajo que tengan que hacer titanes. En verano no pasa nada si se van los políticos. No son ellos los relojeros de la vida, aunque presuman de sostener todo en sus manos. Pero se van o se detienen o languidecen la enfermera, el fontanero, los mecanógrafos, y de todos nuestros engranajes queda intacto solamente el chiringuito, como una última basílica de lo humano. Está parado o ardiendo el mundo y hasta los muertos tienen que esperar a septiembre para ser muertos. No digamos los vivos, pendientes de un papel o de una inyección.

En el centro de salud Barrio Alto, en mi pueblo, en Sanlúcar, el verano ha tomado aspecto de orina hirviendo y la enfermedad hinchada con el calor deja sus dedos amarillos por las puertas. El aire acondicionado no funciona, ni se espera que funcione, y las consultas tienen un clima de matanza. Hay que luchar contra la primera podredumbre del calor antes que contra la podredumbre que trae la señora en su vesícula, y es un sumar la enfermedad a la enfermedad hasta que no se puede salir de allí sino más infectado y más incurable. En verano, las modernidades del Servicio Andaluz de Salud, que tango gusta de la propaganda, se han quedado en otro sitio, porque allí sólo hay una acumulación de palanganas, batas sudadas, aire putrefacto y médicos deprimidos con una sensación como de trabajar en un establo. Hace unos días, los médicos se encontraron con que no tenían ni vasos para beber agua. “Tercermundista y bananero”, masculla uno, vencido por el desánimo.

No hay aire y falta un análisis, el análisis no está cuando le dijeron al paciente. “Es que el protocolo dice siete días, pero no cuentan con el que se va de vacaciones y no lo sustituyen”, me explica un médico. El tiempo en el SAS discurre de otra manera, por su propio laberinto. Igual que en la trampa de las listas de espera. “Sí, dos meses en lista de espera como máximo –ironiza el doctor--. Pero son dos meses desde que te llaman para darte fecha. Antes, es que simplemente no estás en la lista oficial”. Es en ese limbo antes de que te llamen en el que te da tiempo sobrado de morirte varias veces y en distintas posturas. En el SAS el tiempo se comba y los profesionales de la medicina viven de contratos basura. “En vez de hacer un contrato normal, contratan a médicos y enfermeros a 1.500 pesetas la hora como ‘atención continuada’, que es un invento para no pagar las horas de guardia a su precio. Y ahora nos dicen que a ver las vacaciones, que no hay gente para sustituirnos. Pero no es que no haya gente, es que no quieren trabajar para la Junta. Hay médicos de Huelva que prefieren trabajar en Portugal los fines de semana haciendo urgencias, antes que en el SAS”.

En Sevilla se derriten los helados por los cortes eléctricos, pero en la sanidad andaluza lo que hay en las neveras es siempre un corazón humano cubierto de papel de estraza. La calor y nuestros políticos terminarán convirtiéndonos en un Sáhara. Quizá sea el lugar que nos corresponde, después de todo.

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