ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Festividad y números

 

Las conmemoraciones son indigestas, complacientes y milagreras. Es el misterio de los números, la alquimia invisible de los números, que hasta la llegada de la nueva lógica eran el alma pequeña y pajaril de los dioses (“la Geometría es Dios”, decía Kepler), el sacramento de los números que llevó a tanto subterfugio kantiano (toda la Crítica de la razón pura no viene sino del estupor de contemplar una suma). La matemática sigue siendo la primera superstición. Por la redondez de una cifra, aquel 2000 que ya pasamos, querían justificarnos cataclismos y cráteres, explosiones de planetas y niños despedazados.El número nos trae un cometa aniquilador o la placidez circular del Universo, la armonía de las esferas que nos conforta en la repetición como a nuestros ancestros en las cuevas. Los números nos predecían las cosechas y los menstruos de las mujeres, poniéndole al mundo una estaca de orden y ritmo. Hoy sigue siendo igual, con más peso de dígitos binarios, pero esencialmente igual. Nos llegó el futuro de repente, en un cambio de siglo que no significa nada, nos llegó ayer mismo otro 28-F con el redondel mozo de los veinte años de autonomía, con la electricidad azul del milenio, y nos volvimos a acordar del Estatuto, del alma del pueblo y del canto de las banderas. El mundo no se hace palpable sino a través del número y la repetición (ah, el eterno retorno nietzscheano).

Las conmemoraciones son indigestas, complacientes y milagreras. Veinte años de autonomía sirven para hacer una verbena por los pueblos o para que venga Ortega, ese hombre oscuro, oficinista y levítico, desde su consejería inventada, a vendernos el relicario de un cederrón donde ha comprimido Andalucía y las supuestas maravillas que ha ido haciendo la Junta. La Autonomía, el Estatuto, son eternidades viejas, roídas y sordas que se celebran mirando una piedra, versos de escayola para ponerles una vela como a un santo acribillado de flechas. En este 28-F no ha habido más que una bocinada de panfletos, menciones y discursos. Es la política que se queda en la jaculatoria de los símbolos, en el ritornello de la propaganda, la política reducida al folclorismo, la política que, de seguir así, no podrá terminar sino asfixiándose en su propio círculo, en una sordidez vecinal, haciendo una muerte provinciana y de plazoleta como la de un jubilado en el casino o la de una paloma atropellada. Quieren tapar con fiestas, con banderazos de demagogia y pitos rocieros la realidad, dejarnos todo en un desfile ante la momia triste de Blas Infante, en una gloria barata de cielos verdes y torreones moros. Quieren pintar las tapias con brochazos de escolares y de hércules algo afeminados. Todo para que no se vea la verdad: que seguimos siendo los más pobres, el culo de Europa, festivo de miseria y enmierdado de fiestas.

La Junta, ese castillón perezoso de incompetencia y clientelismos, pone a una consejera a dar el mitin en una plaza de toros, nos saca a Chaves en una chirigota, nos recuenta los ferrocarriles y los microondas, y ya con eso nos vende una Andalucía proal, vertiginosa y última. Pero ahí están nuestras distancias con el resto de España, ahí está la estadística con su arista de porcentajes hiriéndonos de este a oeste, ahí están los años de gobierno del PSOE como un volante girando a fuerza de inercia y nada. Las conmemoraciones son indigestas, complacientes y milagreras. Llegó esta conmemoración brillante de siglos y fanfarrias, pero no se sabe muy bien qué estábamos celebrando ayer. La resignación solamente, quizá. La tristeza de no ser otra cosa, puede. A esta conmemoración sólo le quedaba la belleza pura, sintética y primigenia del número. Lo demás era sólo una gran zambra de pobres y tontos.

 

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