Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  13 de agosto de 2004

  El tiempo

La medida del tiempo en los políticos envuelve a las esferas eternas, a los arqueros que viven en las constelaciones, a las cabelleras de las galaxias que cuando chocan son como una sinfonía de miles de millones de años. La muerte de la Vía Láctea, cuando colisione con la galaxia de Andrómeda, será así, y Chaves seguramente la verá porque está fuera del tiempo como una burbuja cuántica o como un Atlas fondilloso. El hinduísmo nos cuenta que el Universo es sólo el sueño de un dios que después de 100 años de Brahma se disolverá en un sueño sin sueños, hasta que pasados otros 100 años de Brahma, el dios comience de nuevo a soñar el Gran Sueño Cósmico. Habría infinitos lugares con infinitos dioses, cada uno soñando un Universo. Tiene este pensamiento la belleza y la concentricidad de lo oriental, que hace lazos con el infinito como Moebius, pero ni siquiera se acerca a la concepción de Chaves, cuyo tiempo supera todas las escalas de la matemática y de la poesía. En cada parpadeo de Chaves, los universos nacen y se apagan como perseidas. En los sueños de Chaves, también su Junta y él mismo duran 100 años de Brahma o más, su latido tensa y destensa el tejido de el espaciotiempo y de él nace el Cosmos redonda, convulsa y repetidamente, como en la danza de Shiva.

El tiempo combado, el tiempo innumerable del poder. Debe de ser eso. Desde sus vacaciones gallegas, allí donde el mar y la tierra besan su muerte como una ballena eterna, Chaves advierte sobre el enquistamiento en el poder y desea no seguir de presidente de la Junta cuando tenga la edad de Fraga, ese trilobites de la política con una sobrepiel por cada era. En el tiempo cósmico de Chaves, quizá él acaba de levantarse como una montaña, quizá él acaba de encenderse como un sol azul y todo se expande nuevo y radiante ante él. El tiempo es psicológico, su ritmo nos lo da la velocidad de los neurotransmisores, que es más o menos la velocidad de un carro de heno. Los humanos, en los que sobrevive el cerebro de un reptil, somos “como mariposas que revolotean un solo día y creen que eso lo es todo”, según una cita que recuerdo de Carl Sagan. Los políticos, en cambio, viven el tiempo del poder, que es como mirarlo todo desde una gran lente más allá de las estrellas, donde la luz y los siglos se curvan como monedas en un vaso de agua. Lo que para otros son 14 años, para Chaves es sólo un pulso en su reloj hecho de arena intergaláctica.

El tiempo y el poder hacen con los políticos graciosos cristales, los convierten en eremitas locos y póstumos, como González, o en pequeños y cabreados crupieres del mundo, como Aznar. A Chaves le han dilatado todos los puntos de fuga y su tiempo desborda la Tierra, ha dado la vuelta al Universo conocido, con lo que nuestro presidente puede ya verse la coronilla cuando se mira la cara en el espejo. Los humanos tendemos a vernos como entes eternos, y por eso inventamos el alma. Los políticos, todavía más, y por eso inventaron los sillones. De momento, lo que no hemos inventado en esta Democracia emputecida es una inyección que después de unos años nos devuelva a los políticos de la estratosfera, antes de que empiecen a confundirse con dioses o globos sonda, antes de que los veamos chochear alargando las constantes del Cosmos y postulándose como billaristas del tiempo. El tiempo de los políticos nos habla de su ego dilatadísimo. Las palabras de Chaves nos avisan de que ya se le va yendo un giróscopo o un tornillo. Los votantes somos como mariposas que revoloteamos un solo día. Los políticos nos llevan mucha ventaja y con su tiempo mágico, que ya viene consignado en los presupuestos, pueden hacer paradojas y realidades paralelas. Verlos luego, cuando el reloj les estalla en la cara, ésa es nuestra venganza.

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