Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  25 de noviembre de 2004

Ramadán

Cuando llega su fecha, los dioses de allí tienen hambre y los de aquí tienen frío. O son los hombres los que tiene hambre o frío, ya no me acuerdo. Quizá ya confundimos al hombre y a sus dioses, aquí terminamos creyendo que el hijo rubio del vecino es el Niño Jesús y allí creerán que Alá es la sombra de un pastor que acaricia el cuello a las gacelas. Los dioses tienen todos la voz de nuestro padre y el clima de nuestros frutos, son el hogar y sus cereales. Jesús no nació con nieve, la nieve se la hemos puesto nosotros y lo llamamos cultura. Alá no lleva sandalias, sino que se la ponen allí y también es cultura. Lo único que sale poco en esa cultura es el Hombre, que es igual en todas partes, con más o menos calor. Hablamos de los dioses como de delanteros, los enfrentamos como tales, pero siempre olvidamos al ser humano, o lo ponemos sólo a llevar los candiles y a soportar la desnudez o el estómago vacío del dios que le toca.

El libro sobre el Ramadán, el libro plateado que ha costado mucho dinero o que lucha contra la intolerancia, que es tontería o todo el color del multiculturalismo. Como yo no tengo ningún libro que me explique, no sé si ese libro explicará a alguien. Pero ese libro, como tantos, no es más que otro intento de meter a cada hombre en su cajita. Las religiones se nos presentan como los diferentes cántaros que dividen al mundo y chocan y se derraman y sabe cada uno diferente. Los que no tenemos religión sólo vemos cruzarse varias fuentes muy antiguas sin entender nada. Pero es que se trata de la cultura, nuestra cultura, a la que se acerca otra que se afeita menos o mata más, nos dicen, igual que después suelen decirme que soy cristiano sin saberlo porque en mi plaza han puesto un Belén viviente.

Es un ejercicio como de estranguladores querer convencernos de que nuestra cultura es una religión u otra, y que todo se ha ido construyendo a su alrededor como después de un castillo. La raíces cristianas de Occidente, ya saben, pero la primera raíz de Occidente es Grecia, que mientras nos fundamentaba en todo tenía poca Semana Santa y pocas catedrales. Tampoco el derecho romano nos lo ha dado el cristianismo. Y la Misa en si menor de Bach no es sublime por ser misa (una misa católica compuesta por un protestante, desde luego), sino porque es arte. Quieren reducir al ser humano a la manera que tiene o tuvo de arrodillarse, pero somos bastante más que eso. Yo no conozco a católicos, a ateos o a musulmanes, conozco a buena o mala gente, a ambiciosos o a desinteresados, a necios o a inteligentes. La religión me da poca información sobre un hombre, como si me dijeran el color del pelo.

El libro sobre el Ramadán, esa cosa extranjera y rara, casi enfrentado a nuestra Navidad que nos llega con polémicas sobre los villancicos en los colegios. Confundir la cultura con los anuncios de la lotería, esa es otra. La Navidad no es más que nuestra niñez, y por eso nos gusta o nos deprime según el recuerdo de la bicicleta que tuvimos o no. No es eso más cultura que la melancolía. No es eso civilización, sino el color del cinematógrafo de la infancia. Somos mucho más que la religión que nos pone el mapa, que eso es dejarnos en el nombre de las calles. Somos más que cristianos o ateos o musulmanes. Somos hombres. Mientras no tengamos esto claro, seguiremos matándonos por poco más que nostalgias. A lo mejor es lo que quieren, tanto hijo de la cultura cristiana o de las otras. Que nos matemos y que el que quede ponga a su Dios para todo el ancho del mundo.

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