Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

  2 de diciembre de 2004

Los mártires

Creer todavía en Aznar como en una monja dominatriz; seguir a Zapatero como a un mimo. La política es una hinchada y está la media España que terminará diciéndonos que Vera planeó el 11-M y la otra media que nos señala que Aznar fue él mismo la mecha corta de todo, a cambio de una foto ranchera. Como casi siempre, la verdad no estará de un lado ni del otro, sino todo lo contrario. La comparecencia de Aznar, habrá que mojarse, más que la de un ex presidente fue como la de un ex marido, entre cornudo y orgulloso. No dijo nada, pero eso para unos fue una victoria y para otros la confirmación de sus mentiras hechas ya una sillería. Yo tuve la sensación de que pasaban una moviola. A veces, la torpeza puede ser más que la traición y el empecinamiento, la mayor impudicia.

Aznar fue convirtiéndose en su guiñol a medida que le venían más mayorías, y ese guiñol es un tipo cabreado de verdades y un chulapo con el manual de salvar a España de unos enemigos numerosos, ratoneros, rojazos y puercos. Aznar hablaba como un páter o como Isabel la Católica, Aznar estaba seguro de no equivocarse como les pasa siempre los equivocados, pero gobernaba con asco de los otros y con cara de mal estómago, y eso no se puede hacer ni llevando razón, menos aún cuando no se lleva. Aznar se equivocó para fuera, en Irak, y para dentro con otras cosas, se equivocó eligiendo los puros que se fumaba y sobre todo se equivocó tratando a los demás como tontos, como escolares, como leprosos o como mochileros. La gente, claro, se da cuenta de que los mochileros o los puercos son ellos y pasa lo que pasa. Aznar creyó, como Macbeth, que el bosque de Birnam no avanzaría nunca hacia Dunsinane, pero lo hizo. La mala decisión de Aznar arrastró al PP, que no podía sino seguir a su Cristo entre los amputados. Acabar en mártir es tan buena razón para perder como cualquier otra. La estética del perdedor da muchos detectives cínicos en la novela negra, pero en política, da quizá lo que mostró Aznar en su comparecencia, más allá de las grandes o pequeñas conspiraciones: la cara de asco al día, el orgullo del ungido, del depuesto por una puñalada, la soberbia del ciego que sólo quiere seguir su ceguera, su torerismo que, aunque a los del PP les hacía gracia, quedaba como las hechuras de un cojo presumido. Él no puede equivocarse, él nunca se equivocó, sólo un terremoto podía derribarlo y los demás siguen siendo pancarteros y terroristas con bomba o con flauta.

El PP se anaranja pero no sabe librarse de Aznar, que es como la urraca que todavía llevan en el hombro. Su fidelidad a este hombre que venció en la España sociata y corrupta pero que fue a peor con cada legislatura, que pasó de buen gestor a Charlot de los océanos, les va a costar mucho. Mientras escuchaba a Aznar, a mí me daba por pensar en Arenas. En Andalucía, Arenas tiene que recomponer un PP garrochista, atravesado en nuestra historia como si se nos hubiera atragantado toda una casta de rejoneadores, y hacer una alternativa a lo eterno del PSOE autonómico. Arenas mete gente en mangas de camisa, jóvenes lejanos al guerracivilismo y hasta izquierdistas desengañados de sus antiguas herrerías. Pero cada vez que Aznar habla, siempre como para un gótico suyo, como para una reserva de españoles verdaderos frente a otra basura anarquistona, Arenas va tomando aspecto de ángel caído y el PP de galeón hundido con sus oros. En la India, las viudas iban a la pira con el marido muerto. A veces, ser mártir no vale la pena.

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