ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Primavera de candidatos

 

La primavera nos llega con la alcarrazada oblicua de toda el agua de los cielos y con montes saledizos que se comen las carreteras, las carreteras que vemos ahora, cuando se rompen, que eran sólo un azúcar fino sobre la tierra, un tostado de caramelo y grava que se quiebra apenas se acerca la lengua seca y hambrienta de una ladera. La primavera tiene que anunciarse salvajemente, con desprendimientos, erupciones y estornudos del propio planeta, al que se le mueve la sangre de roca de por dentro, animada en sus convecciones como un adolescente de muchas eras aquejado de un acné de tectónica y sulfuros. Lo de la A-92, carretera de cartón que se esponja de agua y se traga un volquete en un bache, no ha sido culpa de la Junta, sino que es el primer sarpullido precoz de la primavera, que tiene que salir por algún sitio, reventando un poro del suelo, sacándole una erección mañanera al pavimento, ruborizando a una montaña que se menea de turbación y desatiento.

La primavera trae sacudidas, desasosiegos y calenturas igual que el sueño trae arpas y monstruos. Esto tanto en el planeta como en el hombre, que todavía funcionamos con el mismo reloj de sol de las amebas, que seguimos colgando de la maquinaria exacta del firmamento, pendientes de la botonera gorda de los planetas. La primavera nos pulsa como un plectro y nos mueve a la carne, a los campos y a las alergias, nos inocula de vitalidad, flemas y tics. La gente normal, claro, porque a los políticos, que viven en un Barrio Sésamo donde no existe la lubricidad, la primavera se les viene en un florecimiento de candidaturas, que es su particular anafilaxis.

Chaves se había insinuado ya como candidato en su primavera adelantada, en su eterno oler florecillas, en lo que tiene de Heidi feliz y saltarina (“Creo en el mundo como en una margarita / porque lo veo. Mas no lo pienso, / porque pensar es no entender...”; cito a Pessoa/ Caeiro, su heterónimo del bucolismo). Pero con la primavera de verdad nos rompe decididamente el borbotón de Chaves, que no puede aguantarse y envida, arrojado, con una nueva candidatura a la Junta, tres años antes de las elecciones, por si se le va la fiebre o le espanta uno de estos inviernos con un hacha de frío y senectud. Antonio Ortega, que vive la primavera filtrada de los funcionarios, tomando el sol nuevo desde la ventana de un despacho, un sol de momia o de rizoma, desciende de los cerros del PA para anunciarnos también su candidatura, que es la candidatura a que alguien le regale una consejería como un corderito blando y ocioso. Es que la primavera lleva a eso, a buscar el amor, el roce y la tibieza de la promiscuidad. Mientras, Teófila calla, pues tiene una primavera de anciana en rebequita, y los ancianos sólo notan la primavera en una alegría diferente de su bronquitis como el último estremecerse gozoso del cuerpo. Teófila, envejecida y callada, agotada de transparencia, que se apaga de Puertatierra para fuera y que está al calor benigno de una chimenea en San Juan de Dios, que mantiene por si viene una helada de venganza o premonición. Teófila no dice nada en esta primavera, Teófila que no sabemos si será candidata o se le morirá su luz de gas como a Ingrid Bergman, si acaso terminará viniendo Arenas, o si se resucitará a Pimentel o a Amalia Gómez, que a uno estos dos le caen mejor por esa sinceridad que se les queda todos los que terminan algo asqueados de política.

Elija cada uno la flor que más le guste, que esta primavera de candidatos nos da distracción y tema en una autonomía donde, a falta de hacer leyes y cosas, todo es una difusa campaña electoral, tres años de cada cuatro. Esta Andalucía donde la ideología ya sólo está en saber cómo quitar las piedras de la A-92, que se hernió en un estornudo pillando a la primera mariposa del año como a un cervatillo volandero.

 

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