Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

10 de marzo de 2005

Corrupción

Igual que los cataclismos nos descubren de repente una isla lejana o todo un continente de palafitos que ya estaba ahí, la noticia nos descubre lo obvio como si fuera una molécula nueva. Una noticia podría hacerle creer a un jorobado que la joroba le creció en la noche, que es cuando funcionan las rotativas como una noria movida por el agua del sueño. Parece que nos hemos despertado en la corrupción como en una cama orinada, que los comisionistas son los gnomos que nunca habíamos visto en el jardín hasta ahora, que los políticos no han barrido esta semana. Parece que el huracán pasó por Cataluña y llevó muebles a la playa y metió remos por las ventanas, y en esas dejó un corrupto sin ropa y el dinero mojado colgado en los columpios. El político sucio es un día noticia como una gaviota llena de petróleo, y nos creemos que acaban de inventarse los políticos, las gaviotas y el petróleo. En la bocaza de Maragall se alimentan los cangrejos, pero nada nuevo ha salido de ella, sino la última Eurovisión de la cosa y una moda de maletines que ya va pasando para dejar paso a la siguiente temporada. El polvo o la mierda que ha levantado Maragall, que no ha apuntado con escopeta sino con ventilador, no andará mucho tiempo en el aire. Enseguida vendrá un cabrero saltando tapias, o ya ha llegado, y se comerá los titulares.

La corrupción política no es ningún descubrimiento, sino el camión de la basura que pasa todos los días cuando nos acostamos, pero esta noticia que ha venido por detrás de varios derrumbes y en medio de las guerras provinciales que mantenemos (“la guerra de los feroces iberos”, recuerdo que decía una vez Horacio), me sirve para revivir el anarquistón que soy un poco. La política quizá fue arte o filosofía pero ya es otro negocio, aunque eso sí, negocio con el dinero ajeno. Un dinero, además, que le añade al bajo vientre de carne y de oro que tiene ya el ser humano un punto de pigmalionismo, como si se acostaran con la estatua de la Patria, y que es lo que da morbo. La olla pública tiene algo de cama redonda, no me dirán que no. Ortega y Gasset pensaba que la democracia liberal era “el tipo superior de vida pública hasta ahora conocido”, pero lo que tenemos aquí y ahora es una boda con demasiados invitados, donde hace falta dinero como vino y si no hay, se tiene que sacar del agua con magia o con listeza. Hay quien dice que existe el político honrado, pero a uno eso le parece casi como pensar que existen los hipogrifos. En política, los que se manejan bien son la gente de casino y los tratantes de ganado, los que no tienen nariz y los que no tienen corazón.

Le leía hace poco a un intelectual mexicano (si sabrán en México de esto) que no se trataba de acabar con la corrupción, que es imposible, sino con la impunidad. Piensen en el paradigmático caso Ollero, por ejemplo. Ya quisiera uno haber visto a la Justicia aplicarse ahí con la mitad de severidad que le ha dedicado al famoso pastor. Como no hay miedo a la trena, el chanchullo está hasta bien visto y te guardan mesa en las marisquerías de los triunfadores. El 3% de Maragall le parece a uno poco para lo que se ve por aquí, donde en el ayuntamiento más pobre se baila con sacas más gordas. No son modas catalanas, no. En esta democracia para moscas, el comisoneo y los fajos apestando a pescado son un juego en el que todos entran y todos mojan. Cuántos titulares sobre corrupción vemos hoy y qué pocos escarmientos veremos mañana.

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