Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

21 de abril de 2005

Relativismo

Hay palabras que se ponen de moda de repente como un sombrerito y ahora resulta que el relativismo nos sirve para adjetivar todo el siglo XX o para que este nuevo papa nos dé en la cabeza con su teología maciza. Se recordaba hace poco a Einstein, al que muchos confunden con Groucho Marx, y en los periódicos su Teoría de la Relatividad parecía la matemática con malos pelos y un pasotismo cosmológico que salió finalmente del frigorífico de la ciencia. “Todo es relativo”, suele resumir la gente, como en la satisfacción de que la sabiduría sea una especie de desgana. Lo que no saben muchos es que la Teoría de la Relatividad tiene como conclusión (o como comienzo) precisamente lo contrario: que hay algo que no es relativo, una constante universal, inmutable, que es la velocidad de la luz en el vacío, independiente del sistema de referencia que elijamos para medirla. La física, que sólo pretende ser la mejor descripción del Universo que tenemos en un momento dado, puede ser malentendida y extrapolada para llegar a reglas epistemológicas y hasta morales. Ocurre también con el Principio de Incertidumbre o Indeterminación de Heisenberg, que sólo manifiesta la imposibilidad de medir a la vez la posición y el momento lineal de una partícula, pero a algunos les parece que eso es como decir que lo imposible es el conocimiento humano en sí mismo.

Ratzinger, papa que viene como montado en el robot de su nombre, ha arremetido contra la “dictadura del relativismo” porque a él le gustan las verdades amazacotadas, que son la suyas, y lo demás es una bacanal de filósofos y travestis. Esto, de momento, ya es confundir el relativismo con el nihilismo. Uno asume que el relativismo es la libertad del hombre para analizarse y analizar el mundo desde diferentes perspectivas, las que le den sus luces, y eso no equivale al “todo vale” o “todo es lo mismo”. Hasta yo, tan librepensador, creo en el valor intrínseco de las acciones morales, y no puedo medir igual la moral coránica que la declaración de los Derechos Humanos. Yo diría que el relativismo no es sino el concepto de la duda como factor moderador imprescindible. Si yo no tengo duda de mi verdad, puedo justificar con ella cualquier acto, hasta las atrocidades. Recordando a Bertrand Russell, si yo creo sin ninguna duda que eliminando a todos los pecadores los hombres justos vivirán felices, puedo sentirme tentado de hacerlo. Sin embargo, si pienso que es posible que esté equivocado, el sufrimiento que acarrearía mi acción “dudosa” tendría que hacerme desistir. Sin la duda, lo que queda es el fanatismo. Sin este relativismo que es el que uno entiende, sólo hay Inquisición. Podemos retomar a John Stuart Mill, aquello de que cada uno debe buscar su propio camino y su propia realización, mientras no choque con el derecho de los demás a buscar su propio camino y su propia realización. Esto le parece a uno el principio mismo del “ser humano civilizado”. Ratzinger lo que quiere es la ortodoxia absoluta, la suya, claro, y no sabemos si volver a las hogueras. Va a resultar un Papa divertido y terrible, como aquellos curas que hacía el actor Agustín González.

El mal relativismo es otra cosa. Por ejemplo, en lo de las facturas falsas de Sevilla, no es lo mismo la teoría del gol que les metió Pardo que la de la corrupción. Para eso está la Ley, lo único que no podemos permitirnos que sea relativo. Igual que la velocidad de la luz. A algunos les va a pilar el rayo como el martillo de Ratzinger.

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