Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

14 de julio de 2005

Sáhara

De los Sanhaja con velo que dejaron el Sáhara para conquistar Marruecos y más tarde todo Al-Andalus, algunos regresaron al desierto, donde las almas de los antepasados habitan el viento. Dicen que el desierto se queda en los ojos, que nunca te abandona. Allí, donde toda vida es una isla, un milagro que quiere crecer, los hombres aprenden a la vez la medida de lo pequeño y de lo infinito. Dicen que en el Sáhara bastan cuatro gotas de agua para que brote la hierba entre las piedras. “Incluso el desierto florecerá”, prometió el Profeta. Un día, tal vez, porque el Sáhara lo han cruzado demasiadas guerras y ahora es un papel amarillo que se mandan las cancillerías en un cántaro, una rodada de varios imperios superpuestos, un camino de sol hasta el mar por el que todas las monedas se hacen arena en la boca.

El Sáhara sólo tenía nómadas, salinas, fostatos y la gran plataforma hacia el mar por la que quieren respirar todos los países y saltar todos los generales. A España le interesó para proteger las islas Canarias. A veces se es para otros no más que una posición o una piscina en el mundo. Cuando África se descolonizaba malamente, la España franquista dudaba entre favorecer este proceso en el Sáhara, pensando en Gibraltar, o mantener sus intereses, con Castiella y Carrero jugándose envites en un sentido o en otro. El Sáhara lo reivindicaron Marruecos, Argelia, Mauritania. Los saharauis han luchado contra todos, con diferentes alianzas y felonías, frente al enemigo común francés, contra los españoles o contra los marroquíes a los que un viejo feudalismo o sed empujaban al oeste. También los españoles hemos masacrado allí, no inventó Hassan los muertos. Podría haber llegado el referéndum en el 75, pero aquí el franquismo respiraba por sus últimos tubos y Hassan II organizaba su marcha verde con civiles o con galápagos. Ahora, ni las enciclopedias saben qué poner sobre el Sáhara, cuando la ONU ya se ha lavado las manos en todas las palanganas, cuando el Imperio USA protege a Marruecos frente a los caníbales del sur, cuando el Polisario se va cansando de niños tiznados, héroes de las dunas y matriarcas con metralleta.

Marruecos con su rey madrero, con su expreso de medianoche, encarcela manifestantes hasta que el sol del desierto se apague, continua su represión contra los saharauis y aquí se hace esa diplomacia siempre mala que es la equidistancia. Marruecos, donde nuestro rey tiene sobrinos y Felipe González tiene terrazas, nos devuelve los aviones a Al Aaiún y sólo permite a los socialistas un viaje de hotel en hotel, donde puedan comprobar si se sirven cubatas. Chaves ha dicho que no se puede distinguir entre buenos y malos, pero eso equivale a confesarse amoral. Con el vecino que junta los palacios y la mierda, con la tiranía levantada sobre el absolutismo y la corrupción, al fin y al cabo hay que tratar sobre pesca, sobre tomates, sobre pateras, y es cuando nuestra diplomacia se vuelve cobarde y sinuosa, sin caer en que hay viejas serpientes que nos ganarán siempre en ese oficio. “Los días sobrevuelan, sin ruido, / como aves de rapiña, / el techo de este hogar sin raíz / donde anida el sueño de nuestros hijos. / El tiempo va, siempre va”. Esto dice del Sáhara el poeta Luali Lehsan. Al Sáhara ya lo han abandonado todos menos los poetas, y hasta nuestros socialistas van a besarle las babuchas a Mohamed VI. Sí, el desierto se queda en los ojos, igual que la injusticia, igual que la hipocresía.

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