Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

6 de octubre de 2005

El círculo

En esta España circular o regresiva el discurso ha vuelto a 1932 y los periódicos parece que se reparten otra vez en carro. Habrá que darle la razón al Eterno Retorno nietzscheano o concluir que nuestro atraso histórico es una cuestión de carácter, melancolía o tipismo. El más moderno gurú resulta que es Ortega y Gasset, y el problema y la moda, el nacionalismo como “cuadratura del círculo”, paradigma de lo irresoluble. Ahora se habla mucho de la dichosa cuadratura, pero a uno le parece un ejemplo no del todo bueno: la cuadratura del círculo sólo es imposible con regla y compás. Pero algebraicamente, es tan sencillo como esto: el cuadrado cuya área es igual a la de un círculo dado tendría por lado la raíz cuadrada de pi multiplicada por el radio. A veces, los problemas se hacen irresolubles por una perspectiva inadecuada o una herramienta gruesa. También resulta imposible cortar un átomo con un cuchillo, y nadie lo sigue intentando.

Pongámonos universales para huir de la vulgaridad que nos acosa. El nacionalismo pertenece a una edad infantil de la Humanidad, igual que los dioses. Y en esa edad estamos, donde lo que tenemos son unos nacionalismos enfrentados a otros como testas que chocan. Así lo hemos construido todo, así hemos trazado la cuadrícula del planeta: sobre las supersticiones fundamentales de “pueblo”, “nación”, “sangre”, “raza”... No sé cómo nos quejamos ahora. El problema nacionalista persiste porque no podemos elevarnos sobre ese engrudo de las naciones igual un ser de un universo plano no podría elevarse para ver algo llamado “arriba”. Con una caja de herramientas que sólo contiene otras naciones, no se puede solucionar nada, sino sólo trazar espirales sin fin. Habría que empezar por romper los axiomas: el concepto de nación ya no sirve, como no sirve un lápiz despuntado. El concepto de nación, de cualquier nación, lleva en sí mismo la desigualdad, la arbitrariedad y el error. Nos aseguran que es abominable que se rompa la “igualdad” de todos los españoles. Pero a nadie le parece extraño que no haya “igualdad” entre un español y un mozambiqueño. No, entonces la desigualdad nos parece natural.

Este sistema que siempre será ineficaz e injusto nos enfrenta a la estupefacción del infinito, como el lazo de Moebius. Las razones culturales, sentimentales o económicas de los nacionalismos son insignificantes ante este fallo o vértigo primordial. Ahora, la política presenta sus apocalipsis, sus cataclismos, y uno, hombre sin patrias, no siente sino distanciamiento o pereza. ¿Insolidaridad? ¿Los ricos contra los menesterosos? Vaya novedad. Aquí no existe nacionalismo andaluz porque somos pobres, que si no, pediríamos lo mismo que los catalanes. ¿Que nos quieren llevar a una República Federal? ¿No lo son Alemania o Estados Unidos? Esta edad nefasta todavía durará mucho, quizá para siempre, quizá hasta que nos extingamos por imbéciles. El nacionalismo será un problema mientras nos empeñemos en que existen realidades llamadas naciones. Con este material, con esta geometría, sólo obtendremos cuadrados torcidos y círculos apepinados. Eso que dijo Kepler, que también buscaba la perfección del círculo en los cielos, cuando se encontró con las decepcionantes elipses de las órbitas planetarias: “Una carreta de estiércol”.

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