Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

8 de diciembre de 2005

Evolución

Al ser humano, tan pequeño como orgulloso, le gusta pensar que todo el Cosmos está ahí para justificarle, que algún Dios creó las estrellas sólo para que él hiciera poesía. Creernos no un accidente, sino nada menos que la cumbre de lo que una mente todopoderosa puede concebir, es algo que nos cura de insignificancia. La involución creacionista triunfa donde los fundamentalismos cristianos (vean la película La herencia del viento, basada en el juicio a un maestro de Tennesse acusado de enseñar la evolución en 1925), pero por aquí, resulta más chocante. Leer en este periódico la carta de un profesor de medicina de la Universidad de Granada arremetiendo contra la evolución y contra Vaz de Soto me ha dado escalofríos. Pero esto nos demuestra que los prejuicios todavía le pueden a la razón.

Lo del “diseño inteligente” no merece más que aquella observación de Voltaire de que la nariz estaba sin duda destinada a sostener las gafas. Es lo que ocurre cuando se le da la vuelta a la causalidad. Principio antrópico se llama esto: el mundo parece tan bien adaptado a nosotros porque si no fuera así, no estaríamos en él; somos nosotros los que nos hemos adaptado. Rebatir los argumentos de la ley natural o del plan divino es sencillo: si Dios eligió unas leyes para la naturaleza y no otras, o bien las eligió al azar, con lo que ya no hay diseño inteligente, o bien las eligió porque eran las mejores, con lo que Dios mismo está sometido a la ley natural, que es anterior a él, y no sirve de nada presentarlo como intermediario. Además, es fácil constatar que este “diseño inteligente” es manifiestamente mejorable. En vez de la pobre energía química que nos da en la célula el ciclo de Krebs, podríamos funcionar con fusión nuclear. En vez de la lentísima neurotransmisión también química, unas neuronas que se comunicaran por radio resultarían ideales. ¿Y a qué diseño inteligente corresponde el ADN residual que contienen nuestras células (sobre un 95%), que no codifica información biológicamente útil? ¿Se le quedaron ahí a Dios las barreduras? ¿Y por qué ponerle al planeta placas tectónicas? ¿Para que los terremotos castiguen a los pecadores? El azar conduce al caos, decía este profesor, pero la azarosa fundición de partículas y sucesos sin causa que nos describe la física cuántica nos levanta los átomos y sobre ellos todo el Universo.

Darwin ha sido superado, pero la selección natural no es una teoría, es un hecho. La evidencia de la evolución es abrumadora: los fósiles, el desarrollo embrionario (durante el que los humanos llegamos a tener branquias), la bioquímica... La enzima que realiza el transporte de electrones en mis mitocondrias es la misma en un pino y en un protozoo. Sepan que en Japón hay cangrejos con una perfecta cara de samurai furioso en el caparazón. ¿Los diseñó Dios? Pues no. La gente empezó a no comer los cangrejos en los que creían ver grabados rasgos humanos: pensaban que eran los samuráis muertos en una antigua batalla de 1185. Selección artificial y algunos siglos. Como el trigo, como las vacas lecheras. Imaginen la selección natural actuando durante miles de millones de años. El debate evolucionismo / “diseño inteligente” no tiene que ver con la ciencia, sino con la psicología. No son los suyos argumentos científicos, porque la ciencia se pervierte cuando no se pretende con ella buscar la verdad, sino la justificación de nuestros prejuicios, la confirmación de una concepción previa del mundo. No, no buscan la verdad, ni siquiera a su Dios. Buscan su alma, montada por un relojero.

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