Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

12 de enero de 2006

Militares

Tengo un amigo que sirvió en Capitanía, en Sevilla, y hacer la mili allí era como hacerla en un salón de armaduras o en una casa de muñecas. Mientras yo, en el cuartel de Artillería de Jerez, sólo veía al coronel de vez en cuando, cruzando el patio de armas como un sello volado, mi amigo se rozaba con los grandes jefes, los que visten igual que en los cuadros. A los militares les tienen que poner un mundo aparte, con ropa de otro siglo, con lenguaje donjuanesco, con iconos y con tótems, porque si no el artificio no funciona. Y el artificio es que crean en cosas que no existen, como la Patria, para que puedan morir y matar con alegría al servicio del verdadero Poder, que nunca lleva medallas. Sí, la Patria como una novia o una madre que pueden raptar o violar, para que les ayuden el amor y la ira; y hablar mucho de cojones para que, si llega el caso, no les duela cuando se los arranquen. No es fácil entrenar a alguien para matar y para morir siempre cantando. Y eso se hace convenciéndoles de valor, nobleza, lealtad, rectitud, sacrificio. Es la gloria del martirologio, cuando no hay otra recompensa. Todavía necesitamos a los ejércitos, pero no es fácil dormir con una pistola, no es fácil afilar esos cuchillos. Y ni siquiera los militares tienen toda la culpa de esto. Los hemos hecho así porque han sido útiles, porque todavía hace falta gente que muera pensando que cae por algo más grande que una concentración de bancos o una abstracción o un Leviatán.

El teniente general Mena, chapado de todo esto, ha sacado a pasear a los viejos monstruos, a todos los fantasmas que esperan siempre tras el Rubicón, porque se ha emborrachado de su propio celo. Es un muelle saltado y es el portero del Templo que ya piensa que el Templo es suyo. No defiende la Constitución, sino alguna palabra mágica, algún dictado de un profeta que él cree ver allí, a la vez que el propio sentido de su vida, que alguien le malenseñó. Siempre ha sido tentación de nuestros militares intervenir en la política, y esto no es necesariamente facherío porque también tuvimos aquí ilustrados y liberales de cuartelazo. Los militares aún se ven como un monacato y ni siquiera en Democracia hemos sabido educar al Ejército para el funcionariado. Yo suelo decir que no seremos verdaderamente civilizados hasta que un general no se se sienta como un jefe de Correos. Ni este teniente general ni otros que hablan del “malestar” o la “preocupación” del Ejército por el Estatut parecen darse cuenta de que no les corresponde a ellos decidir nada, y que pensar eso ya es un pecado contra la Democracia y contra la Constitución mucho mayor que el peor de los estatutos aldeanos. No alcanzo a comprender a este hombre, como tampoco a los políticos (también socialistas, no lo olviden) que se han manifestado de forma parecida. No sé si estaba diciendo que habría que sacar tanquetas o bombardear Barcelona, si ese Artículo 8 que uno ve pensado para una invasión justificaría un estado de sitio y pelotones cuando cae la noche. No sé si lo piensan o lo desean, pero es espeluznante, venga de un general con las divisiones detrás del perchero o de los políticos con las divisiones detrás de las encuestas.

A este teniente general ya lo apoyan los Torrentes del lugar, o lo justifican los tibios con un argumento exacto al de los energúmenos que dicen que las minifaldas son las culpables de las violaciones. Y yo estoy harto y maldigo a todos los que están utilizando el odio y el miedo como venganza o negocio. Están incubando la semilla del Diablo. Pero fracasarán. Siempre fracasan.

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