Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

19 de enero de 2006

Palabras

Uno mejor hubiera dicho que la batalla era por el dinero, por el poder, por el aplastamiento de la gente bajo la lápida de alguna homogeneidad (nación, lengua, sangre, raza, tierra). A esto, Zapatero prefiere llamarlo “batalla por las palabras”, que en él suena a pelea de filólogos sobre un estante y que es como dejar el meneo de la política española en un crucigrama o un scrabble. Zapatero dulcifica esta guerra bajándola (¿o subiéndola?) un nivel de abstracción, de la lucha de los conceptos a la de los signos, y es cuando dice que le parece “lamentable”. Quedándose en el escalón de las palabras, Zapatero cree que convierte la disputa en divertimento o en ridiculez, algo así como si el alfabeto o las señales de tráfico se liaran a hostias. Pero todas las batallas son por palabras, todo lo que hace el ser humano es una gramática. La matemática, el arte y por supuesto la política lo son, y cualquier conflicto se reduce al pechazo de un absoluto, una mayúscula, con otros que están enfrente. Precisamente las palabras son el problema, al menos el peso y el significado que algunos otorgan a ciertas palabras, el gusto de utilizarlas como sacos donde meter a la gente, de ponerles caritas a las categorías como los niños se las ponen a los soletes que dibujan. De todas ellas, quizá “nación” o “pueblo” sean las más mentirosas. Lo lamentable no es que anden las palabras zurrándose, que la historia del pensamiento humano es eso mismo, sino que sean las palabras que hemos construido para designar cosas inexistentes las que más gresca formen. Cuando son mentiras las que cruzan espadas, da igual el vencedor, porque tendremos la mentira más alto y más mentira. Gane la nación grande como un galeón, gane la nación pequeña como un sembrado, será la misma contradicción y la misma impostura con más o menos cielo arriba.

La batalla de las palabras no es la batalla fútil que cree ZP, en realidad es la única que nos queda. Lo que ocurre es que para el análisis de las palabras no utilizamos los instrumentos adecuados. La madurez de la filosofía ha sido precisamente darse cuenta de que sólo le queda el estudio del lenguaje y de la ética, una vez desenmascarada la falsificación de la metafísica. Pero la filosofía analítica (Bertrand Russell, cómo no) es árida, desconocida, académica y formalista. Quizá por eso todavía andamos mirándonos en el espejo de las Ideas puras, y eso que dicen de que toda la filosofía occidental es una nota a pie de página de los textos de Platón no es ni siquiera eso para nuestros políticos, que no pasan de un Platón purísimo o como mucho llegan hasta un medievalismo tomista (no le dio tanto la vuelta Aristóteles a Platón como a veces se piensa, y la metafísica escolástica es un abrazo de los dos, del idealismo platónico y la lógica aristotélica). Zapatero, pues, pasó por Jaén a hacerse propaganda y a echarse fotos con niños cibernéticos, y queriendo dejar un eslogan, lo que ha dejado ha sido el problema filosófico fundamental de nuestro tiempo, las palabras, cómo medirlas, cómo encararlas, pero lo ha hecho desde el enfoque más antiguo, simple e inútil. Claro que hay batalla de palabras, y claro que es algo importante. Pero seguimos utilizándolas mal, seguimos equivocándonos al hacer realidades de las abstracciones como “nación”. Carod-Rovira es el fracaso de todo el siglo XX filosófico, pero también Rajoy está en la misma caverna. Y yo me doy cuenta de que he metido demasiada filosofía, cuando aquí funcionamos con hinchadas y bandas de música.

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