Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

9 de marzo de 2006

El pasaporte

Según José Corbacho, el ministro Montilla tiene la cara de los falsificadores de pasaportes de las películas, ese personaje que siempre es como el empollón, el filatélico, el miniaturista y el escuchimizado del grupo de fugados, atracadores, espías o lo que toque, haciendo arte miope y papiroflexia con lupa y manguitos. Ese pasaporte o salvoconducto que luego mirarán un oficial alemán o un funcionario aeroportuario, haciendo suspense con los ojos y los contraplanos, es un recurso clásico en el cine igual que subir una escalera con candelabro, y a mí me ha dado algo así como la idea para la huida definitiva. Voy a buscar a alguien que se parezca a Montilla y me voy a hacer muchos pasaportes, porque el único que tengo, el que dice sólo Unión Europea – España, y en el que parezco envasado al vacío tras un plástico, me da poca esencia, poco movimiento, poca intrahistoria y creo que hasta poco caché. Me gusta cuando en las películas el tipo elige el pasaporte como si fuera la corbata y se suele decantar por uno canadiense, suizo, o belga, que entre las nacionalidades vienen a ser como el jueves de los días de la semana, una cosa neutra, inofensiva y de paso. Estas patrias de vestir ya le sirven para colarse en las embajadas, para ligarse a la rubia, para entender de vinos y para montar un rifle cerámico. Tener un solo pasaporte, como un solo traje, es una vulgaridad y así no sale un protagonista, un triunfador ni un aventurero, sino un viajante de comercio. Quiero tener muchos pasaportes, que es la única manera de ganar en los casinos y a la vez escapar de esta manía por la nación, por ser nación, por estar retratados como nación, por la que andan algunos tan acalorados ahora.

En Cataluña empezaron con lo de su nación como con su credo niceno y pronto todos están queriendo ser nacioncitas o nacionzotas, porque esto es igual que el vecino que se hace una piscina. Aquí ya hemos escuchado al PA y a IU exigiendo un articulado y una cédula para la nación andaluza, que les resulta una cuestión fundamental como para algún descendiente de Blas Infante cambiarle el peinado o la ropa a Hércules, que tal como está parece un señorito de caza. Que Andalucía es una nación lo ven ellos en algo glagolítico de los árboles y en una gitanería esencial que nos lleva en carromato, y ahora lo que falta es la foto, el sello y el cóctel. A lo mejor alguien que se parezca a Montilla les puede hacer un pasaporte andaluz que les hará sentirse como calzados después de mucho tiempo de andar sin zapatos, que quizá el sentimiento nacionalista se resume en esto tan sencillo. Luego, también podrían pedirle un pasaporte para cada comarca y cada villorio, y así ir haciendo una baraja de colores con la que todos se sientan identitarios y contentos. No vamos a tener bolsillos ni cajones para tanta nación, pero uno creer ya inútil volver a insistir en que esas abstracciones son melancolías y distracción de lo verdaderamente importante, que no es la patria sino el individuo, que no es la filiación sino los derechos. Mejor andaríamos si se empeñaran en conseguir el pleno empleo tanto como en catedralizarnos de nación.

Yo, cuando encuentre a un tipo que se parezca a Montilla, le voy a pedir muchos pasaportes: suizo, belga, canadiense, sudafricano, austriaco. Cada día iré con uno diferente y un sombrero a juego. A ver si me desintoxico de tanta idiotez pueblerina y aprendo a apostar en la ruleta, que es bastante más elegante que cantar himnos y adorar a los botijos de nuestros antepasados.



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