Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

20 de abril de 2006

Debate trampa

Los políticos siguen haciendo naciones como se hacen los santos, sin caer en que ni los santos ya muy podridos ni las esencias patrias ya muy aguadas se enteran en realidad de lo que pasa alrededor de la mesita de café donde se los resucita o esculturiza. La política se está volviendo indígena y la pluma del águila y el tótem de la montaña les parece lo más progresista y lo más republicano. En España terminaremos siendo toda una OTI de horteras cada uno con su poncho y su infusión preferida, sin que sepamos para qué sirve todo esto aparte de para tener al personal muy entretenido, como buscando nombre a un recién nacido que trajo el río. Con los debates esencialistas, con los rebuscadores de la Historia, con volver a los ajedrecistas, a los apóstoles o a los reyes cazadores que nos fundaron, no se obtiene nada sino alfarería. Salvo los del PA, que han roto en algo así como en cantautores herderianos, uno no termina de creerse que ningún partido político aquí pueda pensar que exista el Volsksgeist andaluz ni ningún egrégor que pendonee por nuestros cielos eternales. Pero los políticos saben que al pueblo es mejor darle un mito y un mantra que una idea de futuro y unos números desnudos. Mientras los esencialistas retroceden hasta un fenicio o un Adán; mientras ese debate, nación sí o no, se decide entre oráculos y guitarristas, lo importante, o sea, para qué se hace y hacia dónde se quiere ir, queda oculto tras los verdores de la lírica.

El que Andalucía sea o no nación es, pues, un debate trampa. Entre otras cosas porque las naciones no “son”, sino que se “definen” como tales porque conviene, normalmente porque alguien sale más estilizado y más poderoso después. El nacionalismo andaluz no existe como sentimentalidad generalizada, pero es evidente que de pronto existe como conveniencia estratégica del PSOE, y a esto no hay que buscarle más historia. Por un lado, se legitima el proceso iniciado en Cataluña quitándole singularidad, y por otro, se aumenta el poder de una élite local largamente establecida y a la que se le sube un escalón el trono. A uno le parece muy bien que el objetivo sea una España federal (¿o confederal?), lo que no me parece tan bien es que se pretenda llegar a esto por ese método del juguete que empuja a otro juguete y del estatuto que tira de otro estatuto hasta acabar todos en la piscina. Una segunda descentralización como tras el prelavado del actual sistema autonómico no es en sí algo ni bueno ni malo, todo depende de lo que estas nuevas nacionalidades a empujones nos ofrezcan, que en Cataluña parece que es un desfile de payeses y en Andalucía una dinastía cada vez con más poder. Teniendo en cuenta que aquí el gobierno autonómico se ha constituido en gigantismo, en pereza, en propaganda y en comilona, que ahora los mismos señores tengan más competencias como un brazo más largo y más himnos como más religión en sus domingos, me trae mucha intranquilidad y nada de esperanza.

Conveniencia estratégica, que no purismo ni sentimentalidad, y aquí el PP se ha visto cogido porque le echarán encima eso de la derecha con el no por delante, como en el otro referéndum, y Arenas terminará con la cara de panoli de Piqué. Además, ya se le empiezan a ver las contradicciones. ¿No pedían para Andalucía el mismo trato que para Cataluña? Pues por ahí va. No, que no les confunda el debatillo de nación, ni eso de la unidad indisoluble de España, que es algo que buscan que diga el PP para que se le vea la vena castrense. España no se está rompiendo, sino repartiéndose con mucha vista.



 [principal] [artículos]  [e-mail]