Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

4 de mayo de 2006

Y ahora, ¿qué?

Todo este romancillo, peregrinación o gran ópera del nuevo Estatuto andaluz, entre la metafísica y la aerostática, ha acabado al fin en beso y en puñal, como rematando un soneto, y ya no sabe uno si merece análisis lingüísticos, políticos o quizá histológicos, igual que un envenenado. Así, podríamos volver a insistir en los retruécanos esencialistas, en los enroques de los partidos o en la manera en que el mercurio ha ido invadiendo en los últimos meses la sangre de esta vieja dama andaluza. Pero la jugada está hecha, los mecanógrafos exhaustos, los partidos encastillados y lo que toca es pensar qué va a pasar ahora, bajo este damasquinado que dicen que le han puesto a la autonomía.

Hablan de las competencias, unas más prácticas y otras más raciales o líricas, y lo hacen como si fueran la lluvia de oro que recibe Dánae. Pero, claro, las competencias no sirven de nada si las maneja un incompetente. El actual Estatuto, que ya parece viejo como el Pentateuco, también nos daba hermosas competencias que se quedaron en calzones o que van a vapor, como nuestra sanidad, que pone el nombre de Andalucía en las sábanas pero tiene a los pacientes muriéndose antes de la radiografía y a los médicos al raso; o la educación, escombrada entre caracolas y niñatos montunos. A mí no me asusta eso de la supuesta “debilidad del Estado” que, mismamente, en el federalismo de USA da para todo un Imperio. Tampoco me quita el sueño ese deshilamiento del tapiz romántico de España como un único galeón, si ese poder de las autonomías o nacionalidades o como quieran llamarlas revierte en prosperidad para todos. Aquel primer autonomismo sentimental nuestro tuvo mucho que ver con los agravios y menosprecios de un centralismo que nos tenía como eterno olivar, así que un gobierno propio, con instrumentos y con fuerza, que mirara por nuestro progreso y crecimiento, parecía una gozosa liberación. Cuando hemos visto que no ha sido eso, sino la pedrada de confrontación lanzada al gobierno enemigo o el báculo partidista para el del amigo; cuando lo que se ha instalado ha sido una casta omnívora, manipuladora, sonriente y sovietista, fundada en el clientelismo, la propaganda y la abulia, todas esas bellezas se transforman en decepción.

Ésa es mi preocupación, las competencias en manos de incompetentes y el control que se les regala sobre todos los órdenes de la vida autonómica. Yo besaría este nuevo Estatuto si su música tamborilera nos sacara de la cola de las estadísticas y nos convirtiera, qué se yo, en el Québec español. Pero la experiencia no nos dice eso. Este triunfo, conquista o Domingo de Ramos que nos están vendiendo con el nuevo Estatuto (observen cómo insisten en los paralelismos con aquel 28-F) a ellos les vendrá muy bien para engordarse de poder, pero, realmente, y por lo vivido, no tengo muchas esperanzas de que salve a los andaluces, aparte de los que comen de contratos y amiguismos con la Junta. Miren, a modo de esclarecedor ejemplo, cómo les gusta eso de la Justicia “cercana a nuestra idiosincrasia”, que decía aquella lumbrera, o sea, un Tribunal Supremo andaluz cocido desde la política. ¿Un nuevo Estatuto, más competencias, más autogobierno? Muy bien. Y ahora, ¿qué? ¿Y qué tal si a eso le añadimos actividad, ganas, listas abiertas y una Justicia verdaderamente independiente? Pues a lo mejor este teatrillo empezaba a gustarme más.



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