Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

11 de mayo de 2006

Vive la Résistance!

Eso de la Resistencia, así casi como institución, siempre me ha sonado a una intrepidez más una elegancia como francesa ante la guerra que pisotea o ante la política de la injusticia, el trabajo de unos héroes que se reúnen en los sótanos a hacer verdadero patriotismo alrededor de un quinqué y unas tenazas. Y sí, digo patriotismo, aunque de una manera que no tiene nada que ver con la lancería que parecen ver ciertos patriotas en esta palabra tan tumultuosa y prusiana. Yo, que detesto las patrias tanto como a los dioses, creo sin embargo que sí puede haber un patriotismo que sea la defensa de la ciudadanía, un patriotismo cívico que por ello no es una ideología ni un vestuario, sino un punto de partida en el derecho y hasta en la moral. Los patriotismos de raza y de caballo, la funesta herencia romántica de los nacionalismos, que sólo buscan una estética de castillo o de bosque para sus mitos o sus negocios, son precisamente todo lo contrario de este patriotismo cívico, individualista en el buen sentido del término, que Habermas llama (y no veo que sea lo de ZP) “patriotismo constitucional”. Es a lo que también se refiere Javier Otaola, vasco y masón para más señas, cuando habla de “la proclamación de la ciudadanía como centro de la vida pública (...) frente a los patriotismos identitarios de la etnia, de la tierra y de la sangre, de la Clase o de la Comunidad”.

La libertad y la justicia para el ciudadano no pueden sino estar siempre enfrentadas a esa homogeneidad o calvicie para todos que imponen el esencialismo, el purismo, la ortodoxia nacionalista. Esto es lo que nos recuerdan, ahora cuando se levantan naciones como trinidades, Albert Boadella, Arcadi Espada y otros valientes o cabreados de Ciudadanos de Cataluña, que a uno le parece una cosa fundada como con alma de vieja imprenta contestataria, con el corazón de granada de alguna Résistance, y que ya ha llegado a Madrid para empezar a universalizarse (ése es el patriotismo que tiene valor, y, para que vean, esto aparece hasta en el himno andaluz). Uno echa de menos algo así en Andalucía, donde ya hemos tenido algún experimento con mosqueteros, como el de Andaluces, levantaos, pero que se ha quedado en una especie de velada de ateneo o en un estar de armaduras en los rincones, con sus figuras ya cada una por su lado y alguna incluso acabando en mucamita del poder. Aquí no tenemos patriotismo cívico sino el de partido del PSOE, el seguidista o comedero de IU, el de misa de once del PP y el decepcionantemente esencialista del PA, hecho de una mixtura de zumos de la tierra. Aquí no están ahorcando figuritas del Quijote ni están multando por no hablar como El Koala, que a lo mejor es lo que diferencia una realidad nacional de pote como la que ahora nos han sacado de otras con más solera o polvo, pero también vivimos desde hace años esa asimilación de unas siglas con la identidad regional y del color de un voto con el espíritu y hasta la bonhomía andaluza. Sin embargo, no nos salen Boadellas ni otros despeinados al balcón, como han salido en Cataluña igual que locos con una podadera, a decir verdades y a cortar calzones. Un patriotismo cívico, sin mitologías, que solucionara los verdaderos problemas del ciudadano y quemara los malos poemas que nos dan en vez de pan nuestros políticos; eso aquí sería toda una insurrección. ¿No saldrían entonces ustedes conmigo a la calle, a gritar vive la Résistance?



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