El Mundo Andalucía

Hoy jueves
Luis Miguel Fuentes

17 de agosto de 2006

De senectute

Dicen los gurús de la ciencia, ésos que piensan mirando hacia los fluorescentes, que un día las terapias génicas nos darán algo parecido a la inmortalidad. Entonces seremos como dioses o nos mataremos por el aburrimiento. Demasiado optimismo, en todo caso, cuando en el Tercer Mundo la muerte come aún tan temprano (45 años de esperanza de vida en África auguran para 2010) y no sabemos si el planeta aguantará las salvajadas del hombre civilizado hasta que probemos esa ambrosía. El libro de Isaías dice que toda la carne es como hierba y sobre la angustia de la muerte hemos edificado las religiones, el arte, la sociedad entera... Sin embargo, los científicos nos dicen que morir es otro mecanismo de la selección natural; que, igual que las moscas, la Naturaleza nos prepara para desparecer después de la reproducción; que el envejecimiento está programado en nuestros genes pero se podría desactivar. Aun sin invocar al fantasma de Prometeo, lo que nos queda es la duda de qué seríamos sin esa pausa o atalaya, sin esa otra perspectiva cuando las pasiones declinan, sin esa oportunidad de ser feliz de otra manera que proporciona la vejez, cosa en la que no cae la teoría de la inmortalidad.

De momento, vivimos y morimos, y a lo mejor eso es lo que nos salva de la locura, aunque no del orgullo. “Somos como mariposas que revolotean un solo día y piensan que aquello es todo”, dijo el gran Carl Sagan. Nuestra sociedad adora a la juventud y sus ombligos. A los viejos les dejan los estanques, la comida de las palomas, la lenta guillotina de las mecedoras. No hay ningún anciano que salga anunciando coches, martinis o yogures de fibras. He pensando en todo esto con las tumbas que les están abriendo ya a los Rolling Stones, calaveras que fuman, guitarras de sus huesos, rock que se ha vuelto egipcio. Están viejos para saltar, ya no les sirve la sangre de los vampiros, han tenido que desmontar su cripta en El Ejido y los titulares se han aprestado a retirarlos como a indios que no cazan. En la vejez vemos el retrato de la muerte que vendrá como un rasurado definitivo y nuestra sociedad tiende a ocultarla o a mandarla a las montañas. Pero en su tratado De senectute, reivindicación de la vejez en boca de Catón, le leemos a Cicerón que “las armas más valiosas de la vejez son el arte y el ejercicio de las virtudes”. Queen ya cantó aquello de “Quién quiere vivir para siempre”. Los Stones no levantaron la mano y se matarán viejos de música, pubis y mala vida. Creo que yo haría lo mismo.



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