El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

9 de noviembre de 2006

El tigre

El tigre, fiera con pijama o con la jaula puesta, animal estampado de cuchillos o de hogueras, cazador diseñado para rondar los ríos y arañar a grandes pájaros de colores, ha encontrado su depredador definitivo y ha sido el político. El político con la luna en los ojos como él, con la lanza de plumas como él, con el silencio en los dedos como él. Un tigre escondido entre hojas es un cuadro de lo salvaje que hace también salvaje al que lo engaña y al que lo compra, al político que ha subido a la última montaña después de devorar su pueblo y sus gallinas. El tigre pasa de desayunar cosas vivas a ser él el desayuno del engreído en su poder, su dinero y sus bañeras. El tigre de Roca era en realidad una tigresa, que es como si además de empezar un zoo hubiese querido empezar un harén, y bien pensado, Roca no era político, sino jefe, dueño y padre de políticos, que es más y peor. Pero el tigre, elegante y sucio en el hambre, trapecista en la caza, pianista en el degüello, preside o ronda los ayuntamientos y es el icono, el tótem, el dios con las fauces abiertas del político municipal. Por eso Roca guardaba uno o dormía con él como bajo la fuerza de un gran crucifijo respirante que duda entre otorgar protección y arrancarte la cabeza. Tigres y caballos, como en los sueños de una santa lasciva; elefantes y jirafas, como en un dalí abaratado. El animalario de la política local nos enseña el jardín subconsciente de esta casta ascendida del barro y la pezuña, y que está poblado de fieras fálicas, del sexo de la fuerza, del placer tiernísimo de los cuellos.

Un tigre pasea por todos los salones municipales, trepa por los balcones y los pueblos a medio hacer. Es un tigre como una columna o es un tigre como una voluta; es un tigre gordo de gatos, pelusas y alfombras; es un tigre hecho a tinta, un tigre que es su precio en un código de barras, un tigre rayado de oro y mierda. Ese tigre que está representado en el de Roca que ahora vemos con el hambre del recién despertado, cuando lo han dejado sin carne roja, sin fuentes moras, sin cabildos tendidos en la hierba. Contra el tigre comehombres, que se hizo a la manteca humana, está poco más que el miedo de los centinelas. Detrás del político montado en su tigre debería estar un fiscal como un cazador con gafas, pero la noche en llamas que traen los tigres lo acojona o es que los mismos tigres le llaman por teléfono o se lo comen como a un sahib. Los pactos de los partidos sólo quieren disimular su antigua religión que sigue siendo el tigre. Con la corrupción no van a acabar nunca los corruptos y apaciguar a sus fieras cepillándolas o esquinándolas un poco, que parece que es lo que proponen haciendo pasar eso por sacrificio, no sirve para nada. Marbella, Ciempozuelos, Telde, apenas son los primeros tigres viejos que caen y ahí fuera tenemos una jungla donde hay muchos más, camuflados como los espejos que son. El depredador y el canibalizador del tigre es el político pero al depredador del político todavía no lo conocemos. La justicia y la ciudadanía están adormecidas o desactivadas por él y eso nos deja pocas esperanzas ante nuestros fuegos de campamento. Tomar una lanza, afilar una piedra, rugirle al tigre más que él, es una valentía a la que que aún no se atreve nadie. Ni cuando nos visita en cada cabaña y nos pasa su lengua de lija y asco por la espalda.



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