El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

7 de diciembre de 2006

Imágenes

LOS DÍAS PERSIGUIÉNDOSE • LUIS MIGUEL FUENTES

Ahora, cuando la política no la hacen ideólogos, sino retratistas, y los partidos se atacan con montajes de vídeo rodados en las morgues, yo vuelvo al cine clásico, que es como ponerse otra vez sombrero. En un estudio crítico de Ciudadano Kane leo sobre “el enorme potencial generador de significados y emociones estéticas” de la obra maestra de Orson Welles. El poder de la imagen es tal que hasta la literatura es en el fondo eso mismo y el escritor lo que tiene es un ojo desenchufado que se expresa en palabras. Antes que el pensamiento lógico está el pensamiento analógico, en el que la imagen es el idioma. Con eso, se puede hacer una catedral o se puede vender colonias. Vuelvo a ver Ciudadano Kane, a la vez que el libro me intenta explicar cada plano como un mapa, pero me doy cuenta de que sólo la poesía podría traducir aquello. De ahí viene mi respeto por el buen cine. De ahí viene también mi asco por la imagen abaratada, que es lo que convierte en perversión y en pobreza eso que llaman “cultura audiovisual”. Las palabras no es que estén peleadas con las imágenes, pues nacieron de éstas como hijas ciegas. Es cuando las palabras y las imágenes olvidan su parentesco, cuando dejan de ser generadoras de significado y emoción para convertirse en su plástico, en su bocado sin nada dentro, cuando se hacen basura.

Con estos vídeos que nos están sacando los partidos, pues, lo que se demuestra es que la política ha desistido de todo significado. No porque la imagen haya sustituido a la palabra, sino porque la ha aplastado hasta vaciarla. La política no es fácil de traducir en imágenes, tanto como en poesía, y al fotografiarla lo que sale normalmente es el anuncio de un yogur. Pero si algo caracteriza a esta endeble y cretinizada democracia nuestra es el haber cambiado las ideas por el marketing, y el lenguaje más veloz del marketing es la imagen sin significado o con el significado trasplantado, que por eso ponen a los coches y a los relojes acompañados de tías buenas o de karatekas. Esta moda también supone que los políticos han asumido que la ciudadanía no atiende a los discursos sino a los brillos, penumbras y explosiones que dejan los buenos y los malos que salen pistoleando en estas producciones. Es el último pináculo en una teoría malvada de la política que empezó por fundamentarse en las corbatas de los candidatos, luego enrolló la ideología en una par de eslóganes para repartir como alfajores, siguió convirtiendo a los partidos en hinchadas y ha terminado diseñándose como esos monovolúmenes que nos pretenden vender por picassianos.

La gente que conozco metida en gabinetes de prensa de los partidos asume con naturalidad y oficio su tarea de mentir, repellar y agrandar pestañas y, ante la torpeza verbal de la mayoría de los políticos, el truco de la imagen, los monstruos y los guapos que enseguida hacen las cámaras, las balas atravesando la pantalla y la música de timbales, les parecen mucho más efectivos que un señor abandonado en los palcos de su palabra. Esa figura del político metido entre páginas como una flor seca ya no se lleva por aburrida, lenta, acandilada y ateneísta. La imagen, pero la imagen vacía o quemando otra cosa que no tiene nada que ver, es lo que nos llega ahora desde Cataluña hasta Huelva. Y yo me refugio en el buen cine, donde la imagen todavía era capaz de llevarse la luz, el plomo y el viento de las cosas y los hombres. Un político pensando en su trineo no ganaría hoy las elecciones ni vendería nada en los kioscos.



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