El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

14 de junio de 2007

Adoctrinamiento


Yo no conocí aquella asignatura de Formación del Espíritu Nacional. Pero sí recuerdo que mi libro de El parvulito parecía un arca de soldados con peto, alcázares como zarzas en llamas, estandartes y cruces pinchados en las nubes, demonios ratoncitos o cocineros y un Dios celador que llevaba su ojo tuerto en un medallón como la misma llave del Cielo. Era el nacionalcatolicismo que venía en su avioncito de mentira, igual que la papilla, pero que caté poco porque Franco se murió como abrazado al conde de Orgaz cuando yo tenía cinco años. Todas las ideologías totalitarias empeñan sus mejores dibujantes e hipnotizadores en el adoctrinamiento, sobre todo en el de los más pequeños, porque la necesidad de libertad se frena mejor si no se ha llegado a conocer. Del adoctrinamiento se puede encargar el Estado, pero también otros agentes, como las iglesias o los mismos padres. En cualquier caso, siempre lo llamarán “educación”. Así pues, la dificultad está, primero, en distinguir la educación del adoctrinamiento; y, luego, todavía más complicado, en saber si aun así permitimos el adoctrinamiento en ciertos supuestos (se lo permitimos a los padres, por ejemplo) o acordamos que lo deseable es que nadie adoctrine a nadie, sino que se aprenda a educar en libertad, que a ver también cómo se hace y quién decide qué es eso. Todo muy lioso, como la guerra que hay planteada con esa asignatura de Educación para la ciudadanía, ante la que hemos visto rendidos o espantados a burócratas, padres, obispos y políticos (el último, Arenas).

Siento natural prevención ante cualquier magisterio académico que se quiera abrazar a los mulsos de las grandes palabras, aunque sean Democracia o Libertad, porque son abstracciones demasiado altas y vagas para hacer fichas y definiciones con ellas. A mí esta asignatura me dice poco por el nombre y necesitaría uno ver la clase funcionando para comprobar si se transparenta por ahí algún dogma institucional o se exageran las guapuras de este sistema nuestro, esta democracia tan imperfecta. Pero, debo reconocerlo, de momento lo que he leído sobre la asignatura asusta poco: “La dimensión humana de la sexualidad, el respeto a las opciones laicas o religiosas de los ciudadanos y el pluralismo moral...”. Peligrosísimas enseñanzas, al parecer, sobre todo para los que niegan eso mismo, que son los de siempre. No me extraña que haya objetores, a ver cómo asumen esto unos respetables padres que han educado / adoctrinado a sus hijos en una sana moral dogmática que se pretende universal, en la sumisión de la mujer al hombre o en la discriminación de los pervertidos homosexuales. Con cierta precaución, creo que el Estado sí puede educar en aquellos valores que tienen que ser comunes porque constituyen precisamente el marco de convivencia que nos hemos dado, mientras no entre en imponer ni evaluar ninguna opción moral o ideológica concreta. Claro que para muchos, admitir que haya otra manera de vivir o pensar ya resulta algo inaceptable, y que los chicos se den cuenta de la necesidad de respetar eso, un venenoso “adoctrinamiento del Estado” digno de resistencia y exorcismo. Esta asignatura, que podría no gustarme por grandilocuente, vaporosa o repollil, termina uno viéndola necesaria ante las mentalidades intolerantes, agusanadas y fanáticas que nos perviven. Estos objetores de ahora seguro que no protestarían si volviera El parvulito, donde los escolares aparecían montando guardia con ángeles o con Viriato. Entonces, el adoctrinamiento sí les gustaba, porque era el suyo, impuesto a todos y metido con la papilla.



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