El Mundo Andalucía

Los días persiguiéndose
Luis Miguel Fuentes

12 de julio de 2007

Aduladores


No soy de los que ven ojitos en las células. Sólo desde la superstición se puede construir una ética de seres no sensibles. La vida que sufre me merece más respeto y más preocupación que los líquidos a los que se les asigna un alma como un tarrito. Otra vez la más mentirosa invención humana queriendo parar el empeño de vivir. Hay quienes cantan misas a los preembriones, quienes imaginan que lloran niños degollados bajo el microscopio, quienes ponen la salud de su metafísica, el honor de sus dioses, por encima del consuelo de los dolientes. Son los que dicen defender la vida pero lo que defienden es el triunfo de la muerte y su arbitrariedad, el sufrimiento resignado que proporciona éxtasis a sus deidades, la existencia como esclavitud que les enorgullece. Hay que dejarlo claro porque, apenas critica uno a un hombre de ciencia, te pueden alinear con esa beatería que cree que en los laboratorios se cometen genocidios, que se están levantando torres de Babel con calaveras de recién nacidos. La soberbia del científico, otra vez el hombre que quiere ser Dios, suelen decir, pero hasta al hombre le faltaría crueldad para eso. En crueldad, ganan siempre los dioses.

Bernat Soria no me hace levantarme contra su ciencia, ese frío que penetra con sus cucharas en lo que somos para alejarnos de la muerte y del dolor. Es la inteligencia sometida al lacayismo político lo que me subleva. Bernat Soria chocó en Valencia con toda esa tropa de damas del limbo y legionarios de la crística celular y el rebote le trajo a Andalucía, donde Chaves necesitaba un gurú para su Segunda Modernización. Soria traía las últimas divinas palabras de la ciencia, células madre, terapias génicas; eran los destornilladores del ser humano, la cocina mágica de la inmortalidad. Chaves conseguía, a la vez, la cabeza iridiada ideal para su propaganda y el interesado contrapunto ideológico ante los que no dejan de meter crucifijos en las ruedas del progreso. Así pues, apenas puestos los carteles de su instituto de nombre tan largo como vacías estaban sus estancias, y en el tiempo que le dejaban sus bordados moleculares, Bernat Soria se convirtió en gozoso vocero de la Andalucía imparable, del Estatuto redentor, de las maravillas venideras en las bandejas de la ciencia o la política. Así, claro, hasta llegar al ministerio del ramo, donde ya flota en suspensión con sus líquidos como una hija de Poseidón.

“Nobel de la Honestidad y de la Solidaridad”, ha dicho Bernat Soria que se merece Zapatero. Qué triste, qué decepcionante queda un intelectual cayendo en la adulación al político, ya sea el científico Bernat Soria, comprado con financiación y con honores, o el músico Barenboim, feliz en su negocio de vender mecenazgos. Hacen entre todos esa corte de astrólogos, libretistas y glosadores tan cara al poder y tan despreciable a ojos de la estética y la moral. Nobel para Zapatero, y para Chaves, fanfarrias como las que le hacía Monteverdi al duque de Mantua. No me levanto contra la ciencia de Soria, que nos librará un día de la enfermedad, ni contra el talento de Barenboim, capaz de interpretar a Brahms llevándolo como en el entierro de un padre. Es la inteligencia rendida al interés, a la politiquería, al dinero llovedizo, a la gloria barata de los ambiciosos, lo que me rebela. Todo lo emputece la política. La ciencia se queda en sus micrófonos, el arte en sus subvenciones. Tantos aduladores, entre los mediocres y, aún más doloroso, entre los buenos. Tantos aduladores y tan pocos valientes...



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