ZOOM · Luis Miguel Fuentes


José Luis Rangel

 

Todavía latiguea en los medios, como una vergüenza repetida, los números que los de La Caixa le sacaron a Sanlúcar. Hace poco, se emitía en televisión otro reportaje sobre el asunto, tomando de nuevo el enfoque quizá más facilón, que es por el que ha optado la mayoría, incluyendo, calidades literarias aparte, a Félix de Azúa con aquella columna suya de El País tan comentada como frívola. Es el ojo de pez del forastero en chanclas, que ve todo el pueblo combado desde una sola plaza y, por la cosa del tipismo, confunde a una señora desayunándose una tostada en Mi Tate con una marquesa de las Marismas.

Coincide esta moda amplificante de Sanlúcar con la presentación del último libro de mi paisano José Luis Rangel, “Anécdotas y curiosidades sanluqueñas”, reescritura de aquella primera obra de este escritor autodidacta que sigue ganando sapiencia y maña literaria en cada nuevo volumen que saca, siempre un poco por sorpresa y tras muchas noches que uno imagina altas y muy acompañadas de gatos. Es la visión sabia y tierna de José Luis Rangel todo lo contrario de la superstición dominguera en la que se han quedado las niñas de la tele y algunos turistas de la pluma cuando vienen (o no) a Sanlúcar como a un Caribe andaluz muy vistoso y aperlado de marisco. Perito de todas las arcillas y tiempos de Sanlúcar, desmadejador de historias de la viña, de la bodega, de las sombras del Barrio Alto, de las tabernas y las barberías, de una época de navaja y serones, del idioma soleado del pueblo, José Luis Rangel viene haciendo desde hace años, con humor y nostalgia, la crónica verdadera de la memoria de una Sanlúcar que, como tantos pueblos de Andalucía, tiene al siglo XIX, con sus burros y colilleros, a la vista de unas cuantas décadas.

Este delicioso libro de Rangel llega, como todos los suyos, lleno de un alma grande de plaza y gente, de picardías y gremios, populoso de personajes que tienen algo de velazqueños, animado de ese tejido de sangre y chanzas que hace el carácter de un pueblo. Pero son los libros de Rangel, desde su universo aparentemente limitado, no sólo una mirada imprescindible de Sanlúcar, sino de toda esta Andalucía tan nieta aún de sus miserias. Por eso, a Félix de Azúa y a los reporteros norteños que nos visitan, yo les mandaría los cinco libros que ya ha escrito mi convecino. Sin el crujido antiguo que todavía escuchamos como una mecedora por estas tierras nuestras, sin ese recuerdo amable y doloroso de campo y gachas, de tajo y arte, de pobreza y sombrajo, eso que Rangel nos cuenta con una prosa siempre transparente y amena, nada de lo que pasa aquí puede entenderse.

Sanlúcar, tan múltiple, no es, por supuesto, lo que sale en las sumas de La Caixa ni en los últimos colorines del telediario. Para verla en su origen, lo mejor es irse a la literatura de José Luis Rangel, pero sólo la podemos encontrar, ay, en el barrio, con lo que se deja sin enseñanza al resto de Andalucía. A uno le duele que la obra de José Luis Rangel no salga de Sanlúcar, como le duele que tenga que publicarse los libros él mismo llevando los papeles a la imprenta de un cuñado, vendiéndose por las calles y aguantando a los politiquillos locales, como ese delegado de cultura que hay en Sanlúcar, tránsfuga, burlador e iletrado. Duele porque la Andalucía que fue Sanlúcar y que él escribe ocurrió o sigue ocurriendo todavía de este a oeste de esta tierra tan apaleada. Pero mientras nuestros prebostes se jactan de hacer pactos sobre el libro que son como un acuerdo ganadero (ellos sólo pueden ver en la literatura un amontonamiento y un engorde), los narradores de nuestra memoria pequeña están haciendo promoción en las panaderías, ninguneados por la ignorancia de la industria editorial, esos vendedores de celulosa. Si de algo te sirve, apreciado José Luis, algunos te seguiremos leyendo siempre.

 

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