ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Sexo, hoteles y mirones

 

Hoteles como navíos atracados en las calles, hoteles con gloria falsa de banderas, hoteles con grifos muy tocados, hoteles que han visto todos los rebaños de culos nórdicos y las noches apremiantes de los adúlteros, hoteles para amantes y toreros, para vendedores y conferenciantes. En esta Andalucía que no tiene industria, la industria es ese préstamo de una noche y ese casillero de viajeros en los hoteles. Vienen los turistas a ver el cielo del mar y también ese cielo de las camas y las peceras que es un techo, el techo de la casa delgada de la habitación de un hotel, y de ahí vamos viviendo, de la guiri que se lava las tetas en el hotel y después se va al chiringuito.

Pero con la habitación del hotel viene también el sexo, sexo invitador, sexo durante la siesta, sexo con la pareja que te seduce sacudiéndose la arena, sexo inevitable pues sólo se puede estar en la cama o afeitándose y hay por los armarios y las sábanas un vaho de penumbra y pubis, un roce pies descalzos y pendientes que se caen. Sexo en los hoteles como en una selva pequeña y amueblada, como fornicar en la casa de un pariente que no está, descubrir si un sillón es incómodo o no, si una mesa tiene la altura apropiada, si en el espejo se ve la espalda de tu chica o su gesto de cierva estremecida en el amor.

Hay horas en que los hoteles tiemblan de sexo y hay gemidos en coro, y algunos han visto en esto su diversión o su negocio. Ya conocemos historias de hoteles que camuflaban cámaras para entrar en la intimidad de una pareja y luego vender sus orgasmos pacíficos o tumultuosos, torpes o atléticos. Se trata de convertir a una esposa o a una novia dulcísima en una puta sin saberlo, que da mucho morbo. Es ésta la última innovación del mirón, que pronto se convierte en cineasta y en negociante gracias a la electrónica y a Internet. Pero sigue habiendo mirones de agujero, la tradición de un ojo crispado tras una puerta o un ladrillo, eso que ya sacó Hitchcock en Psicosis, esa pulsión de pillar a rubias en la ducha o quitándose la braga, o a esos novios que hacen el amor abrazados entre la ternura y la desesperación.

Todo esto parece que sólo puede ocurrir en moteles californianos, pero luego se da cuenta uno de que también pasa por aquí, y hasta en hoteles con su triplete de estrellas. Hace un par de días, estando alojados en el Hotel Joma de Jerez, nos percatamos mi pareja y yo de un agujero hábilmente taladrado en la puerta de la habitación, obra muy cuidada de depravación y de ingeniería, pues el agujero atravesaba la puerta difícil y oblicuamente, con el único ángulo que podía hacer visible la cama desde el pasillo, como pude comprobar yo mismo mirando desde fuera. Para hacer eso hace falta, además de tiempo y un taladro, casi un teodolito, así que la complicidad de algún trabajador o encargado del hotel viene a ser una sospecha con bastante fundamento.

Lo cuento para que vayan ustedes con cuidado, porque hasta en hoteles poco sospechosos en principio como ese Hotel Joma de Jerez, al que no pienso volver, pueden andar cuadrillas de mirones pajilleros que se lo hagan a su costa. En estos sitios, la verdad, podrían sustituir las estrellas por rombos, como hacían antes con las películas “fuertes”, y así por lo menos íbamos avisados. Ya ven cómo está la primera industria de Andalucía. Y mientras, la autoridad competente, ¿qué hace? ¿Podemos consentir hoteles de tres estrellas donde el personal se la casque mirando a los clientes por un agujero? A lo mejor la segunda modernización de Andalucía tiene que empezar por repellar puertas y descascarillar los galones de algunos establecimientos hoteleros.

Ah, otra cosa: si por casualidad un día se tropiezan en Internet con un video donde salga yo con la parienta, sean benévolos con la faena.

 

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