ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Policía

 

La Guardia Pretoriana vendía los tronos, aupaba césares y escoltaba cestas de higos envenenados. Su lealtad era la llegada puntual de la soldada. Esa es la primera obligación de todo poder que quiera ser invulnerable, amarrar la fidelidad de la espada, pero no con mentiras de patrias y glorias del Valhala (eso sólo convence a los idiotas), sino con oro, regalías, mayorazgos. Hay que tener una policía, un ejército, un muro ancho de pechos de hierro y plástico, cuadrigas de hombres como resortes, toda la multitud de sus patadas, toda la sincronía de sus correajes, bien pagados y agradecidos. Entonces se ve el poder, el uniforme, la bandera, la cantería de hachas que sostiene a los palacios. Hasta el Vaticano tiene su guardia, porque sabemos que Dios no defiende a los que no tienen armas.

La fuerza a sueldo. Gil quiere hacerse una isla de Marbella y lo primero es poner a una policía local llena de chulos y cowboys a guardarle los solares y a dar guantazos a los greñudos. También reparte alimentados por los tribunales. Está disponiendo su guardia, está sacando sus cohortes por Roma, está enseñando sus dedos como látigos. No hay poder sin fuerza. Es la arbitrariedad de la fuerza lo que da poder. Lo demás es literatura.

La fuerza a sueldo. Algunos quieren poner una policía autonómica como un juguete muy brillante y numeroso. Tienen nuestros caciques en sus alcázares esa inquietud de tener a extraños vigilándoles las puertas. Las legiones romanas cobraban de los generales y por eso cuando entraban triunfantes en Roma temblaban los emperadores y las estatuas. ¿Quién firmaría las nóminas de esa policía autonómica? Eso es control, acatamiento, vasallaje, que el jefe de esa policía esté siempre mirando hacia un dueño, tener una policía a la que se pueda frenar, dirigir, aquietar, a la que se pueda poner mirando hacia un lado o hacia otro, según el interés pequeño de la provincia o del despacho. Ya ocurre en el País Vasco.

Con este nuevo chirimbolo, los vendedores de humo de Andalucía están otra vez pregonándonos la autonomía, el Estatuto y otras metafísicas, cuando lo que quieren es una fuerza propia, un guantelete con su escudo, el medallón de poder que es una milicia rindiendo honores. Sólo el Estado debe tener el monopolio de la fuerza, pero cuando esa fuerza se divide por comarcas, lo que nos sale es un sheriff de pueblo siguiendo sólo las exigencias de su barriga. Es un capricho esta policía, de la que nadie se ha acordado en veinte años y que viene ahora a hacer despiste, a vestir de gallardía y plumón ese eslogan para lerdos de la segunda modernización de Andalucía, que es un intento de hacer política como se hacen anuncios de detergentes, adoctrinándonos en una fe que se va a comer las manchas y va a dar envidia a las vecinas.

Vanidad de la fuerza, emoción de la uniformidad, mocedad macho de los cuchillos. Son las armas y las banderas el primer fingimiento para fabricar la identidad de un pueblo y el disimulo de un orden. Los países sin ejército sólo tienen bancos y aeropuertos. Pero con ejército ya tienen Patria, o señor. Están intentando por aquí feudalizar la fuerza legítima del Estado, por parecernos a otros a los que, en realidad, no queremos parecernos. Pero es ésta otra insignia y otra vasija vacía. Hartos estamos ya de que se nos gobierne jugando a soldaditos y sacando pegatinas. Pero, ya ven, este humo de la policía autonómica ha llenado esta columna, en vez de hablar de paro, de inmigración, del tercermundismo de Andalucía, que no se va. Lo mismo están consiguiendo lo que quieren y uno les ha seguido, como tonto, el juego.

 

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