ZOOM · Luis Miguel Fuentes


La guasa de la guerra

 

Ha dicho Alfonso Perales, revestido de clínica severidad, que la Junta promoverá iniciativas para castigar “con toda la dureza que permita la ley” a los “estúpidos” que gasten bromitas mandando polvos blancos por correo. Aquí estamos tomando la muerte trágica de unos carteros americanos para el juego de unas risas, hay un ántrax casero que crece en los lavaderos y en los cuartos de baño y que se le manda al vecino coñazo o al jefe que putea para darle un susto con detergente machacado. Muy bien le viene esto a la Junta, pues le permite intervenir en esta guerra universal que le quedaba ancha y lejana. Con lo de las bromitas, la Junta puede sacar el ladino ántrax en una rueda de prensa y así hacerlo un poco asunto suyo, igual que cuando Aznar habla de alianzas contra el mal y de todo el puño de Occidente haciendo justicia, aunque él sólo ponga un conserje. Es ésta una guerra de compadreo que en realidad están consumando dos o tres, los que tienen la guía de los misiles, y donde el resto hace el coro de alabanzas y redacta partes de guerra de oídas para darse importancia. Ayuntamientos hubo que en aquel 11-S formaron gabinetes de crisis para evaluar el impacto del conflicto en la barriada.

De la guerra sólo llega aquí el refilón del miedo espiritoso al ántrax, reconvertido en guasa y en polvos para estornudar. Ya el Peña y el Masa supieron sacar de aquella otra guerra mundial del Golfo un estribillo para su cuarteto, con lo que se confirma que aquí todas las guerras nos suenan como las de Gila, con cañones sin agujero y muertos que paran un rato para el bocadillo. El pueblo prefiere hacer su chiste y su ironía antes que sumarse al grave paripé de los políticos, tan engreídos de Apocalipsis. Cuando nos salen concejales como estrategas y alcaldes como líderes mundiales, cuando todos quieren alargar el municipio o la autonomía hasta las montañas de Afganistán e incluso el político más pequeño tiene la vanidad de contribuir a la trinchera común con un manifiesto, ahí está el pueblo tomándose a chufla los temblores del planeta y mandando al cuñado un sobre con polvos de talco, que no veas qué risa cuando aparezcan las unidades NBQ para fumigarle el sofá.

No parece sino que la broma es la reacción inconsciente de un vecindario que está incrédulo y pasota ante una guerra que es como un cómic ya muy visto. El bichito del ántrax, que es tan pequeño que seguro que se cae de una mesa y se mata, se come a los carteros americanos y a las secretarias californianas sin guantes, pero aquí hemos pasado vacas locas, aceites de orujo, legionelas y filtros de diálisis, y por eso la amenaza bacteriológica sólo nos provoca ganas de cachondeo, más si nos habla Celia Villalobos. Nuestros musulmanes no tiran rascacielos, que no hay, sino que siguen vendiendo pañuelos y regentando teterías. Nuestros bombarderos siguen aparcados con los pilotos sólo para pasarles el trapo. Afganistán está lejos, entre Aquinostán y Nosesistán, y Ben Laden lo que nos sugiere es un tipo para carnaval que llega a la final del Falla seguro. Así que tiene que salir la guasa de la guerra en muchos chistes de aviones y en sobres con yeso para armar el taco y dar un poco de ambiente bélico donde no lo hay.

La Junta advierte ahora de que los bromistas van a tener un duro castigo, y es un intento de meternos en la tiesura de una guerra que no nos creemos y una oportunidad para que Alfonso Perales ensaye cara de crisis y de importancia, como de que, si hace falta, él mismo podría comandar la Sexta Flota hacia la Victoria. Nada podrá traernos el ántrax que no hayamos sufrido ya. Pero eso sí, a costa de esta astuta bacteria los políticos de la provincia hacen su pequeño choque de civilizaciones y se visten de héroes sesudos y muy concienciados con la Nueva Era. En la próxima rueda de prensa, Perales saldrá con máscara antigás para que no nos lo tomemos más a pitorreo. Que esto es serio, joé.

 

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