ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Objeción de conciencia

 

Sigue una falange de farmacéuticos, armada de religión y escrupulosidad, muy preocupada por cómo el personal se recompone los bajos y se redime de las jodiendas más apresuradas. El TSJA ha paralizado cautelarmente la orden que exigía a las farmacias dispensar, cuando así lo dispusiera el médico, aquella píldora poscoital que salió nueva y bullidora. También dice el alto tribunal andaluz que deja de ser obligatorio, de momento, disponer de condones. Ha venido todo esto porque un farmacéutico vetustón ha recurrido apelando a la objeción de conciencia, que antes era una cosa que servía para que los pacifistas no hicieran la mili y ahora es una cosa que sirve para que los boticarios se metan las manos en los bolsillos o te vendan un misal en vez de lo que viene en la receta.

Es otra vez esa idea de la farmacia como una monjería y esa lucha misionera de ir contra una píldora y un condón que les enturbian las vitrinas de pecado y salacidad. Lo de los condones, además, es que por lo visto les da asquito, porque deben pensar que es algo así como tocar pichas futuras, y está feo que la misma mano que va a ese falo venidero que es el preservativo vaya después al rosario o al purgante, tan casto y cristiano. Pero, sobre todo, es que los bebés los manda Dios, y a Dios no hay equivocarlo con químicas diabólicas ni capuchones donde mueran estrellados los espermatozoides como querubines vertiginosos. Para eso están ahí los más probos farmacéuticos, para que la Naturaleza esparza sus líquidos y sus deslices con prodigalidad y hermosura, para ayudar a Dios arrugando una receta y condenando a una quinceañera, que está en la edad de las equivocaciones y las prisas, a que cargue con un vástago que todavía no existe, pero que ellos dicen que tiene ya el alma a la espera, en ese frigorífico de almas que ellos se imaginan en algún sitio.

Uno aprecia mucho la libertad, la de la conciencia y la del cuerpo, pero aquí se está confundiendo la libertad con el deber del funcionario público, pues eso son al final los farmacéuticos, aunque quieran hacerse club privado y logia de santos varones exquisitos. A los farmacéuticos les han dado un monopolio, les han adornado de regalías y les han trazado protecciones y distancias entre ellos para asegurarles el negocio en cada barriada. El farmacéutico rige en un círculo desinfectado que les libra de competencia y de inseguridad en no sé cuántos metros o habitantes. Pedir libertad de conciencia para decidir qué pastilla dan o no, es querer hacerse dueño de todos los cuerpos doloridos o urgentes dentro de su feudo, y poder mandarlos a otra calle o a otro municipio según el capricho de su moral. A las señorías del TSJA esto no les parece una “perturbación de los intereses generales”, pero yo les pido que imaginen un pueblo pequeño y aislado, en la sierra, por ejemplo, con una sola farmacia mandando como una gobernanta, y a la chica con su miedo o al chico con su erección buscando la píldora o el preservativo que les salve de la desgracia. O una ciudad con una o dos farmacias de guardia en la noche aciaga y folladora, y que sean precisamente de las santificadas por esta objeción de conciencia...

Objeción de conciencia, muy bien. Pero antes liberalícese el negocio farmacéutico, haya competencia y libertad de horarios, cesen sus sobreprotecciones y fueros, véndanse las medicinas en los supermercados, y entonces, sí, que venga ese pudor a purificarles los armarios, pues ya no perjudicará a nadie. Pero mientras sigan con su ventaja y su monopolio, que se sometan al interés general y las órdenes de la Administración, no al párroco. Parece muy progre y democrático lo de la objeción de conciencia, pero a veces no es de recibo. ¿O cómo verían ustedes que un testigo de Jehová se hiciera médico y en una urgencia se negara a realizar una transfusión apelando a esto mismo? Pues entonces.

 

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