ZOOM · Luis Miguel Fuentes


No más muertes

 

El hombre es violencia, permanece en nosotros un cerebro reptiliano, básico y cazador. Proteger el territorio, la cría, la comida... Esa leona que tenemos dentro funciona, se llama instinto, nos hizo sobrevivir a través de las eras y las glaciaciones. Todos mataríamos, llegado el caso. Hasta los pacifistas. Somos animales avergonzados de serlo, y por eso inventamos la moral, la filosofía y el arte, las almas, los dioses y la eternidad, para vernos diferentes al resto de las bestias. Pero ningún dios llora por los asesinatos, el Universo no se estremece ni por la más cruenta masacre aquí, en esta insignificante roca de hierro y silicio que llamamos planeta Tierra. A pesar de esto, nuestra inteligencia desarrolló la ética. La ética no es más que el instinto de supervivencia evolucionado y comunizado. La ética es superior a la fuerza porque también protege al débil. Nuestra especie supo un día del valor del débil, que a lo mejor era más despierto, conseguía mejores cuevas o cosechas. La ética es la respuesta a esa necesidad de guarecer al débil ante nuestra propia animalidad, y fue ese impulso, aun tambaleante e incompleto, lo que llevó al contrato social y al nacimiento de la civilización.

Ahora, un profesor malagueño llamado Jesús Parras lanza en Internet un proyecto que llama “No más muertes”, manifiesto bellamente utópico e ingenuo contra la violencia y la guerra. No digo utópico en sentido peyorativo, pues soy de los que piensan que a empujones de utopías se consiguen los avances morales y sociales. También hubiera sido una utopía, en plena Revolución Industrial, las 35 horas semanales y las vacaciones pagadas. Tampoco debe entenderse despreciativamente lo de “ingenuo”, ya que la ingenuidad lleva al atrevimiento, e incluso a la insensatez, y sin esto los grandes enemigos parecen siempre invencibles, aunque no lo sean. Quiero tomar este grito pequeño que lanza Jesús Parras, sin embargo, como excusa para una reflexión sobre el movimiento pacifista, que ve uno tan desencaminado.

El pacifismo, desgraciadamente, no es en la actualidad más que un desbarajuste que se ha terminado mezclando con porros y ballenas, con acracia y greñas. No se ha dado cuenta el pacifismo militante y contestatario, todavía, de que no se trata de tapar todos los cañones con flores ni de pintar de rosa los cuarteles. Este pacifismo equivocado quiere convertir los ejércitos en grupos de folck y a partir de ahí hacer un mundo en paz, pues cuando los fusiles sean guitarras o violines, creen que todo mal desparecerá. Pero esto no es sino confundir el fin con los medios, o el techo con los cimientos. Todos quisiéramos un mundo sin milicias y con todos los generales reconvertidos en alfareros, pero desmontar nuestros ejércitos, ahora mismo, sólo nos retrotraería a la tribu, al caos y a que nos terminaran esclavizando los más brutos del planeta, que no entienden de benevolencias. Este pacifismo de cambiar la guerra por una flauta, en 1939 por ejemplo, hubiera llevado a entregar toda Europa a Hitler. La guerra es odiosa, pero todavía, sin duda, imbatible. Al menos, hasta que una evolución moral globalizada haga posible su desaparición. Pero para llegar ahí, primero hay que conseguir el progreso económico y social del Tercer Mundo hasta que sea tan impensable un conflicto en Somalia como en Noruega, pues nadie deja el chalé y la televisión digital para ponerse a pegar tiros.

Este debe ser el territorio del pacifismo, revolver en ese sentido la conciencia del mundo rico, de su población y sus gobernantes, no darle un corte de manga a un sargento de artillería o hacerle una manifestación a un portaviones, que es en lo que se queda normalmente. Desea uno que este manifiesto de Jesús Parras sirva pequeñamente para esto, aunque vea en él desorientaciones y fallos, como su reivindicación de inmediatez o su raíz “apolítica”. Todo intento de cambiar el mundo es, señor Parras, política.

 

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