ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Antenas y magia

 

La culpa la tienen el esoterismo, los gurús orientalizantes con sus “energías positivas y negativas”, los imanes de la suerte y las telebrujas despeinadas. La culpa la tiene la palabra “radiación” que evoca a Hiroshima y a Chernobil. La culpa la tiene toda la mitología de superhéroes y bichos mutantes. La culpa la tienen los ecologistas del cable de Tarifa. La culpa la tiene ese analfabetismo científico que ve magia negra en la cosa electromagnética, en todas las chispas de la tecnología y en lo polisílabo e invisible de la naturaleza.

A las antenas de telefonía móvil y a otras se las imaginan algunos en un zureo de radiaciones mortales, comiéndose la sangre de los escolares. Estas antenas, por lo visto, les parecen demasiado aparatosas para resultar inocentes. La gente suma su miedo a lo antinatural y a lo metálico y lo que sale es ese sobrecogimiento tecnológico, ese pavor que mezcla tomates transgénicos, ovejas clonadas y, ahora, antenas de móviles. Aún creemos que por la tecnología, por nuestra osadía de intentar dominar el universo, vamos a ser castigados por las divinidades como modernos Prometeos (Mary Shelley), y de ahí la suspicacia eterna ante la novedad científica. Nada hay, sin embargo, que nos ofrezca indicios de malignidad en estas antenas. Nada, salvo la magia. Pero para un pueblo que cree en la videncia por teléfono, no existe lo imposible y la ciencia es sólo un engreimiento. Cómo fiarse de la ciencia, que ni siquiera es capaz de decirnos cómo va a tener la semana un capricornio. Mejor recurrir al druida, que nos confortará con espíritus, que es lo que nos convence, como a un sioux.

Vuelvo a mirar el esquema del espectro electromagnético en aquel libro mío de física, aquellos dos tomazos de Paul Tipler. Una radiación electromagnética que pueda producir cáncer o malformaciones, que pueda romper los enlaces moleculares y afectar al ADN, debe tener, además de suficiente potencia, gran penetrabilidad. Para esto hace falta una frecuencia muy alta (o una longitud de onda muy pequeña, que es lo mismo). Esto ocurre con los rayos gamma, uno de los productos de la desintegración nuclear, que tienen una frecuencia a partir de 10 elevado a 19 herzios aproximadamente. Por debajo, y hasta los 10 elevado a 16 herzios más o menos, están los cotidianos rayos X. Las exposiciones prolongadas a los rayos X también son peligrosas y por eso los que nos hacen la radiografía llevan dosímetro y se protegen detrás de una mampara de plomo. Los rayos ultravioleta, justo por encima de la luz visible, digamos sobre los 10 elevado a 15 ó 16 herzios, ya nos los trae el sol, aunque los filtra la capa de ozono. Demasiado sol o demasiada poca capa de ozono todavía nos puede provocar cáncer de piel. Y aquí se acaban las radiaciones verdaderamente peligrosas, las radiaciones “ionizantes”. Luego está la luz visible, el arco iris, lo que nos ilustra el mundo inocuamente, en una pequeña franja entre los 10 elevado a 14 y los diez elevado a 15 herzios. Ya por debajo, de 10 elevado a 14 a 10 elevado a 12 herzios, siempre aproximadamente, están los infrarrojos, la radiación térmica de los cuerpos a temperaturas ordinarias, el calorcillo del brasero. Con menos de 10 elevado a 12 herzios tenemos las microondas, que cuando su frecuencia está muy cerca de la frecuencia de resonancia de la molécula de agua, nos calientan la sopa. Fuera de ese pico de resonancia, ya empiezan a estar las ondas de radio cortas, las de telefonía y, un poco más abajo, la radio de FM y la televisión. Pero estas frecuencias es imposible que produzcan males tan graves, si acaso leves efectos térmicos que sólo notaríamos pegados al foco de radiación, cosa que también pasa si nos acercamos mucho a una estufa de butano y no por eso quieren quitarlas.

Y no es sólo la teoría. Ni en los experimentos más extremos, con cobayas genéticamente predispuestas al cáncer y largamente sometidas a potencias mucho mayores que las usadas por las antenas, se ha visto daño. A lo mejor todas esas leucemias vienen de una cañería o de un pesticida, pero esto sería decepcionante y por eso a nadie se le ocurre decirlo. La magia es más atractiva y sigue venciendo, siempre.

 

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