ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Operación Triunfo

 

Rosa es la ternura grande, la cuenca de su voz agrutada, toda ella una vocación de negra. Bisbal es la garganta como otra pelvis, sexo y música de ángel rubio que canta para las vírgenes. Chenoa es la egipcia enfadada y bellísima, castradora y poderosa en el escenario. Bustamante es el hijo del pueblo, el gimnasta que llora, la canción como un brazo que le sale. Nuria es la dulzura de la modistilla que sueña y canta, niña con ojos que quieren irse, voz de velo y beso. Verónica es la danzarina entre campanillas, chica de fruta con laringe de cristal. Manu Tenorio es el bandolero elegante apuñalado por una guitarra, la música como una raza o un crucifijo.

Los chicos de Operación Triunfo, asustados de fama, sinceros y normales, iban haciendo alfarería con su voz y con su cuerpo mientras reventaban el mercado discográfico y seducían a toda España. O a la mayoría, pues una reserva de críticos o envidiosos los ponían a parir. Los chicos y el programa han sido muy maltratados por algunos intelectuales que quieren a todos los jóvenes citando a Verlaine y a Heidegger, cosa que sería un coñazo. También se han encabritado músicos posmodernos afiliados a vanguardias, viejas glorias de la Edad de Oro del pop, místicos de la greña y el guitarreo y otros suburbiales de fanzine: los llamaban horteras y cantantes de karaoke y decían que la música no es eso, olvidando que seguramente tampoco es lo que ellos hacen y además cantan mucho peor. Pero a uno siempre le ha merecido simpatía y respeto la juventud que se mete al artisteo, y entre una caterva silvestre pateando la universidad y unos chicos que se van en un carromato porque quieren vivir de cantantes, mimos o cabareteros, me quedo con lo segundo, pongan o no las haches en su sitio.

Este programa ha encontrado a unos jóvenes talentosos en la plaza de su pueblo o en los puestos de collares y les ha dado la fama echando a funcionar todo su aparataje interesado. Pero esta fama, por una vez, es merecida, no como la que se llevaron los bodoques de Gran Hermano, todo el día rascándose los huevos y consagrándose de magreos debajo de las mantas. Los chicos de Operación Triunfo saben cantar. Otra cosa es la orientación hacia un mercado de adolescentes y los tintes horterillas de la mayoría de las canciones que les iban suministrando (aunque también han cantado por George Benson o Aretha Franklin). Ahí están estos chicos con una voz todavía vacante de su propia música, pero que es ya un instrumento natural, bello y admirable. Ha sido este experimento de Operación Triunfo, además, una competición que ha premiado la capacidad, el trabajo, la creatividad, la disciplina, la superación, todo eso que le viene muy bien como faro a esta juventud pasota del botellón y el pastilleo. También ha servido como venganza contra los mediocres encumbrados por su culo, contra las estrellas prefabricadas que cantan con máquinas y contra los que salen a la sombra barbuda de la fama o el dinero de los padres o los tíos. Ahí está ese Enrique Iglesias, de voz penosa, o esas Papá Levante y su ñoñería moruna, aupadas a empujones de millones e influencias.

Son los jóvenes de Operación Triunfo, sentimentales, utilizados, veraces y a lo mejor algo cursis, un término medio muy digno entre los Mojinos Escocíos cantando a pedos y una soprano en el Morgen de Richard Strauss, entre el veinteañero que no sale del calimocho y el que ya anda investigando moléculas. Aunque este pelotazo de Operación Triunfo haya tenido algo de película de Marisol y algo de coros y danzas, uno recordará siempre a Rosa poniéndole el vello de punta en una nota y esa felicidad que transmiten todos los que cumplen justamente sus sueños.

 

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