ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Cómic y provocación

 

Yo era de los de Mortadelo y Spiderman, de los de Anacleto y El Motorista Fantasma. Del tebeo pasé a Homero casi sin darme cuenta, en una cama de hospital, todavía lo recuerdo. Venía un señor con un carrito de libros, compitiendo silenciosamente con la merienda y las inyecciones, y yo le pedía, con la curiosidad indiscriminada de los 13 ó 14 años, La odisea, Los tres mosqueteros y cosas de ovnis. Yo empecé a leer por los tebeos (ahora se dice cómic) y todavía guardo algunos, sobre todo de Mortadelo y Filemón, aunque se me perdieron aquellos del Hombre Araña peleando con agilidad e ironía contra el Doctor Octopus o El Duendecillo Verde. Todo esto lo tiene uno en las profundidades de la infancia con un calor de tardes lánguidas y risas de batacazos, así que lo que se hace hoy, esas rebeldías posapocalípticas y esa vanguardia de mutantes que suelen salir en los salones del cómic y semejantes, me pillan ya envejecido y nostálgico.

No es que censure lo que ha hecho Bajo Ulloa en el Salón del Cómic de Granada, sencillamente mi memoria me hace preferir como homenaje las ironías de Mortadelo con Ofelia, la secretaria gorda de la TIA, antes que la performance rarita que se ha montado él. Eso sí, ha sido un detalle regalar un espectáculo porno, porque normalmente ver esas cosas cuesta una pasta. Lo demás, según dicen, no deja de ser una simpleza poco o nada original. Él quería ser rompedor y pendenciero, pero para hacer esto con ingenio, hay que ser por lo menos Duchamp, que escandalizó más poniendo un urinario al revés, y sin sacarse la picha ni nada. El espectáculo, divertido y mediocre, seguramente no merecería más atención si no fuera por cómo se han puesto algunos. Y es que la reacción más vulgar que se puede tener ante algo que quiere escandalizar es sentirse escandalizado. En eso se ve que falta la suprema elegancia del cinismo.

No han sido las Vírgenes en la hoguera (siento predilección por la hoguera, tal como la cantaba Javier Crahe), ni la tontería del avioncito, sino el polvo en directo, lo que más ha soliviantado a nuestros puritanos prebostes, que igual se van de putas, pero más discretamente. Es sólo hipocresía, nada nuevo en este mundo. A mí, sin embargo, más obscenos y dañinos que un enculamiento en primer plano o una madona ejecutada se me hacen los ripios de los juegos florales y los pregones que tanto gustan en los ayuntamientos, y bien que se gastan en ellos dinero y bisutería. Ha habido, luego, otras reacciones bienintencionadas, como la de mi admirado Manuel Juliá, ayer, en estos papeles, pidiendo respeto por las imágenes santas, que inspiran tanto bien y tanto misionero. A Manuel Juliá le diría yo que no hay mérito en hacer el bien por ganar el Cielo y evitar un infierno de mazmorras, sino en hacerlo por impulso ético, aun creyendo que de nuestras cenizas y de nuestro cuerpo como un chopo muerto no se elevará ninguna alma remunerada. Así que la iluminación de una imagen sagrada como motor del bien a mí me parece una perversión de la ética con la que no puedo estar de acuerdo. Sobre todo porque esa imagen, igual que dice que hay que dar de comer al hambriento, dice también que los africanos no se deben poner condón o que ser homosexual es como tener una esquizofrenia en la próstata.

Ha estado bien que esto del Salón del Cómic haya generado debate. Aun pensando que el acto no deja de ser un amago de sedición sin demasiada gracia (mucho mejor lo hubiera hecho, por ejemplo, el inigualable Albert Boadella), nos ha dicho bastante sobre la doblez de algunos y la ñoñería de otros. Recuerden: no hay nada más fino y práctico ante la provocación que no caer en ella.

 

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