ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Los hippies muertos

 

Ellas, siempre con una tiranta bajada, con una pierna subida en algo, despeinadas de sobaco, asomadizas de ingle, sucias de pies, con la mirada atravesada de trenes y carromatos. Ellos, despistados y fondillosos, con la canilla blanquísima, todos como mormones desertados o exploradores escandinavos. Van llegando ya, con la primavera, los jóvenes guiris, haciendo campamentos en los andenes, lavándose las tetas en las fuentes, comiendo paella con las sandalias en la mesa. Ahora, han muerto dos en una fiesta hippie, cuando uno creía que los hippies se habían hecho todos funcionarios o padrastros. Hubo un tiempo en que los extranjeros venían a España a ver morir a alguien o a algo, a un toro o a un torero, a un brigadista o a un poeta, a un Cristo o a una ideología. En España, entonces, se moría muy artísticamente, y eso es lo que venían a admirar Hemingway o Ava Gardner, a la que los clarines de la muerte ponían cachonda. Pero ahora también se nos mueren los extranjeros, atropellados por la caravana del compañero o, como éstos, de tanto oler las florecillas y las yerbas.

Uno se viene a enterar de este nuevo flower power, que debe de ser algo entre lo grunge, lo indie y lo antiglobalizador, por esas muertes ocurridas en la imitación silvestre y pobre de Woodstock que han hecho por Granada, pese a una prohibición. Me pilla por sorpresa la resucitación de la palabra ‘hippie’, que uno creía que sólo la decían las abuelas a las nietas que enseñaban el ombligo. Miro los titulares con rareza, como si hubieran puesto que “mueren dos extranjeros en un guateque yeyé”. Aquella contracultura de estar tumbado, aquel pacifismo de follar mucho con muchachas coronadas de margaritas, aquel cambiar el Estado por la roulotte, aquella espiritualidad líquida del ácido, todo lo que luego se amplificó en política y pensamiento, creía uno que terminó en el amanecer de los 70. Ya por entonces, lo hippie se había quedado sólo en vestuario, y hasta se llegó a enterrar ceremoniosamente un muñeco con todos los avíos y abalorios del movimiento para  hacer oficial la defunción de su purismo, allá por el 68, creo. Sin embargo, ahora resulta que hay hippies sin Jefferson Airplane y sin Guerra de Vietnam, que la Era de Acuario continúa entremezclada con la Era del Mensaje SMS.

Lo que no sabemos es si este renovado movimiento hippie consiste sólo en ir descalzo o si queda ideología en esta juventud que se coloca y se muere boca arriba en el césped. Tenemos el mito de la juventud desideologizada, pasota y comodona, con la doctrina de la juerga, así que la rebeldía de morirse por llevar la contraria, entre un retoñar de viejos símbolos, enseguida nos la querrán poner como principiando o avivando una filosofía, por salvarla de puerilidad. No faltará quien diga que estos dos jóvenes extranjeros, que seguramente se murieron ciegos de pastillas y alcohol, lo hicieron por denunciar el capital, el consumismo, el euro y los misiles; que esas guiris llegaron en comuna y sin sostén contra todas las guerras planetarias; que la juventud antiglobalizadora está ahí, acampada, dispuesta a matarse por sus ideas y por un mundo como un prado. Vuelven a poner la palabra ‘hippie’ en los papeles, pero uno no está muy seguro de que el porro trascienda de nuevo en verdadera contracultura, cuando ya lo fuman hasta los catedráticos de Derecho. Aquellos hippies que tenían a Jimi Hendrix, a Marcuse y a Sartre, no parece que sean los mismos que los que tienen hoy a Nirvana y a Lucía Etxebarría. Los hippies muertos en Granada igual sólo venían por la causa dignísima y simple de unas cervezas y unos polvos. Lo demás quizá es inventarse romanticismos y nostalgias.

 

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