ZOOM · Luis Miguel Fuentes


Las primarias

 

Eso de las primarias sólo se escuchaba en Kentucky y por ahí hasta que llegó el PSOE españolizando la cosa, dándoles de repente a todos los socialistas un aire de fiscal del distrito o de sheriff del condado. Abrir los portones a la militancia de calle y casino parecía un buen intento de volver a la democracia desde abajo, justo cuando los partidos se encastillaban como nunca y mandaban las ejecutivas y los comités llenos de vizcondes e infanzones del aparato mientras las bases sólo estaban para jugar al dominó en la sede y hacer parrilladas en la Casa de Campo. Luego se vio que el partido tomado en toda su numerosidad y suelto en toda su grandeza iba por otro sitio, escogía de candidato al guapo o al simpático o al que no convenía a los mandas. Así salió Borrell, que a los gordos del socialismo les pareció como si hubiera salido el quiosquero y por eso lo fueron tiroteando hasta que cayó elegante y fácil, como un ánade interino, antes de poder llegar a las generales. Al final, las primarias, con su calidez de gente, con su legitimidad inmediata de pueblo, no habían servido para nada y era Almunia, el hombre previsto, soso y disciplinado, el que traía la Restauración y dejaba las cosas tranquilas tras el susto y la asonada del niño Borrell.

Todo aquello nos demostró que el invento de las primarias era sólo un florón de plebe, de rojerío asambleario y de gloria de muchedumbre que se querían poner. No había intención de respetar el designio de las bases, sino de utilizarlas en cabalgata. El PSOE, convertido en burocracia y alta empresa, quería ganar frescura, autenticidad, llaneza, ciudadanía. Pero era todo una mascarada y cuando no salió como querían se les vio la trampa debajo de la cosa obrera y conciliar, algo que por otro lado no desentona con esta democracia nuestra donde el pueblo es cada vez más sólo una excusa o un vehículo para otras cosas, mayormente para tirar para los paraísos fiscales.

Ahora, Zapatero no es Borrell, aunque tiene vocación. Estilita entre las calaveras rientes del tardofelipismo, Zapatero sigue sin poder con las viejas glorias, con esa popa gorda e imperial del partido que le hace morisquetas, que le arroja lanzas como pellizcos, que le escupe con las guasas y menosprecios de González o con el desafío campero de los barones. Lo último, ese ridículo de ver tumbadas las renacidas primarias, esa “fiesta de la democracia” que se han apresurado a reventar pues no está el partido para coñas de niñatos ni para dejar que sean los albañiles los que escojan a los alcaldables. En Andalucía, sólo dos ciudades de más de 50.000 habitantes, Málaga y mi pueblo, Sanlúcar, verán a los candidatos a la alcaldía del PSOE salir de unas primarias. En el resto de la hacienda, se hará por el método del pasillo, el cafelito y la lista de espera de pelotas.

Resulta insultante que los partidos políticos, que se supone son el ladrillaje de la democracia, funcionen tan ajenos a su espíritu. Pero esto no es culpa ni siquiera de Zapatero. Y no le pasa sólo al PSOE. Que se sepa, el PP no tiene muchas intenciones de celebrar primarias. Pero es normal que pase todo esto cuando los partidos políticos se han terminado convirtiendo en empresas, en centros de poder donde se asciende con los méritos de la pillería, la cadena de favores y las zancadillas, igual que en una mutua. A la hora de hacer una lista, de elegir un candidato, hay que poner al dócil o al que debes algo. Nunca van a dejar que la militancia andrajosa les quite eso. La política se hace en comandita y el pueblo sólo puede elegir entre los que previamente han sido elegidos por unos pocos, a capricho. Pero esto tiene una alternativa, que evidentemente ningún partido admitirá: listas abiertas. Esta democracia sigue en manos de cuatro. Al lado de este fundamental problema, lo de las primarias del PSOE no es más que una piñata.

 

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