ZOOM · Luis Miguel Fuentes


La carroza

 

En Andalucía, donde hemos vivido esa sucesividad de aniversarios, fastos y efemérides de la autonomía y sus pirámides, se nos ha olvidado la carroza, sacar la carroza como en Inglaterra. En Inglaterra se cumplen los años en oro viejo y no hace falta ninguna modernización porque se vive en una eternidad de caballos y reliquias. Es la belleza de lo innecesario, la de los percherones como almirantes o la de la misma reina en su carroza de oro, ese pastillero o esa tetera donde viven todas monarquías, haciendo los reyes de estampita o de numismática. En lo innecesario, en lo accesorio, en lo brillante y en lo macizo del oro y los palafrenes es donde el pueblo ve su signo y su esencia. En Inglaterra, que es Imperio viejo, saben muy bien todo esto y tienen la carroza de oro como un patriotismo pesadote que la gente pueda ver por la calle, crujiente de dinastías, confirmándoles que la Corona y Dios están ahí y salen cada tantos años, mirándose en un canapé, con el culo bien acompañado de bordados.

Hace falta una carroza de oro como una catedral pequeña y caminante, hace falta un pueblo deslumbrado, un monarca en silueta, unos maceros con lumbago de solemnidad, que es lo que hace enseguida religión y patria. Aquí no sale Chaves en carroza, pero están el Estatuto y Blas Infante, el Ave y la Expo, el Betis y el Gran Poder, momificados y puestos todos en cabalgata para dar la grandeza autonómica y esa Andalucía eternamente levantadiza que queda tan bien con el gentío. Aquí, en todos los cumpleaños salen los mismos figurones de cera, las mismas reinonas como Macarenas, los mismos símbolos y los mismos fusilados. Aquí tenemos también toda la aspiración de perpetuidad del oro transeúnte de Isabel II de Inglaterra, pero puesto en ideologías camperas y en tópicos bandoleros o marítimos. Cójase un discurso conmemorativo cualquiera de nuestros prebostes autonómicos, tan prestos a ponerse la blanca y verde como estola, y verán alzarse altares de muertos, dedos en trompeta, magnificencias con voluta, todo el cortinaje de lo vacío y la heráldica de lo pomposo.

Andan ahora queriendo modernizarnos y el ex-consejero Manuel Pezzi puso como ejemplo a Finlandia, donde no se ven muchas carrozas pero sí bosques y lagos en los que truenan los dioses o suena Sibelius con gran ímpetu nacionalista. Pero uno cree que a las perspectivas de la Junta mejor les sirve el ejemplo de Inglaterra. Allí no hay modernización que valga porque la eternidad no la requiere, y por eso Isabel II va en la misma carroza que hace cincuenta años, y no en overcraft. La esencia de cualquier superstición (la Monarquía o la Nación) está en la persistencia, en la inmutabilidad y en la repetición de lo viejo y lo ornamental. Toda la eternidad británica está en la despaciosidad de esta carroza que chirría como si los ejes fueran un fémur de la reina madre.

Andalucía lleva lustros también con sus eternidades, con el mismo chambelán, el mismo té a las cinco y la misma reina que nunca separa las rodillas por si se le ven las reales bragas. Y con esta liturgia palaciega todavía hacen una campaña imparable o insufrible que pretende ponerle a la región un gesto ciclista de músculo y velocidad. Pero la Junta sabe que mientras haya de vez en cuando alguna verbena para ensalzar los topicazos de la patria y sacar a Hércules ante el pueblo como un boy en calzoncillos, no hará falta ni primera ni segunda modernización, más que como divertimento retórico y sueldo para agradecidos. Los oros al sol de la calle, los plumones y gallardetes, la autonomía andaluza como nuestro Buckingham Palace. Con eso, estaremos ya tan contentos como los ingleses con su carroza.

 

[artículos] [e-mail] [enlaces]